Las manos de Elena.

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        Dudaban entre sembrar y echar el vuelo

las manos de Elena, 

cada vez más blancas.

     Sus dedos agarraban febrilmente 

una ilusión, sus ganas ganaban.

     Elena, más pequeña,

siempre magna.

     Sus canciones escuchábamos llorando,

sus danzas, sus semillas, sus alas.

     Las manos de Elena en estos días

despacio, entre otras manos se cerraban, 

respirando un oxígeno de amor

mientras el otro aire le faltaba.

     El hierro en su boca, cada angustia,

cada nueva transfusión, y cada náusea

sentía yo en mi carne,

y todo lo que a mí me daba vida,

a ella la mataba.

     Las manos de Elena ya están juntas,

del todo, para siempre blancas. 

    Han emprendido un vuelo a otra vida,

se han ido a otra galaxia.

     Pero aquí han dejado buena siembra,

semillas de cariño, semillas de pasión,

y de esperanza.

     Semillas que quién sabe de qué forma

darán la flor, el pan, el fruto dulce,

la dulce compasión, la confianza

en que las ganas siempre

o casi siempre...  ganan.



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