Hay una hora en que mis ojos queman sobre el valle de mi dolor callado, cuando las paredes se pintan de gris y apenas distingo el verde de las cortinas junto a mi cama.
A la hora en que el pecho me quema y me pide aire nuevos, porque el aire se enrarece cuando me siento sola.
La hora en que mis castillos me parecen diminutos, mis muros demasiado débiles, y ya no hay suficientes fuerzas para defenderlos.
La hora en la que todos duermen, y el alma siente el peso del día y necesita calmar sus penas en la caricia de una palabra tuya o de una canción de Melendi.
Es la hora misteriosa, cuando el fantasma de tu ausencia parpadea en la pantalla del portátil, es la hora del latido de la noche que se apodera de la razón y de cada rincón de mis entrañas.
Cuando quema la galaxia de la distancia que me separa de tí y la almohada vacía se llena de desconsuelo, y como el agua sosegada y su filigrana me trae el sabor de tu nombre.
Cuando el rumor de la voz de la fiera que llevo dentro se clava en mi cuerpo, en forma de protesta, pintada, o palabrota.
Es la hora de las sombras. Cuando el asesino de mis sentidos se apodera poco a poco de mis miembros, y me hace yacer en un dolor feroz que perdura hasta que llega el rescate y el posterior desvanecimiento hasta la salida del sol.
Cuando el miedo huele a alborada, a luceros y a sus derrotas definitivas, y nos adueñamos del vano sueño del otro que siempre está demasiado lejos.
Cuando el alquitrán de la calle obscura oculta los gatos negros, y el hospital y sus remedios se visten de sed de infinito y de tortura.
Es la hora misteriosa, la hora en la que los que ya nunca están se convierten en villanos, y los héroes que se mantienen firmes te susurran al oído.
Y siempre, siempre, se hace breve el espacio de las confidencias del día antes, en una intimidad casi inmodesta, que enseña la piel del alma.Y ofrecería un tesoro de valor incalculable por prolongar cada minuto oyendo tu voz o leyendo tus palabras.
Esta es la hora. Y Miriam es tu nombre.