Día Cuatro: Cuento de Hadas

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PARTE I

A/N: Este shot está dividido en tres partes que se publicarán desde hoy hasta el día 6.

Con los años, el príncipe cayó en la desesperación. Porque, ¿quién podría algún día amar a una bestia?

Lucerys remojó una vez más el trozo de tela de algodón en el agua tibia, exprimiéndola un poco antes de llevarla al hombro herido de Aemond.

Éste siseó por el ardor que le causó. Se apartó del contacto por instinto.

— ¡Eso duele! — gruñó, mostrándole los colmillos a Lucerys. Sus pupilas estaban afiladas.

— Si te quedaras quieto no te dolería — respondió el castaño, sosteniendo su mirada. Aemond reconoció el brillo en sus ojos. Era el mismo que había destellado cuando lo enfrentó la primera vez, cuando le prometió ser su prisionero a cambio de que liberara a su hermano.
Apartó la vista, enojado, pero se quedó inmóvil mientras Lucerys continuaba limpiando la herida.

A pesar de las escamas verdosas que cubrían casi la mayor superficie de su piel, tenía zonas débiles como el pecho y la espalda. Y justamente la jauría de lobos había sabido perfectamente dónde atacarlo. Eran zarpazos profundos pero, en comparación, había sido el menos lastimado por mucho. Y Lucerys estaba bien. Asustado, pero a salvo.

— Si no hubieras huido no estaría herido — masculló entonces. El doncel lo miró con el ceño fruncido.

— Si no me hubieras asustado… — murmuró, dejando por fin la tela en el agua, tomando ahora un tarro con miel. Suspiró — Tienes un genio terrible. ¿Es por eso que estás solo en este castillo? ¿Ahuyentaste a todos por tus rabietas?

Aemond resopló pero no dijo nada. Sin saberlo, Lucerys había dado en el blanco.

Había estado maldito por más de diez años. Convertido en una bestia horrenda por esa hechicera que lo había acusado de no tener nada más que hiel en el corazón. Un príncipe reducido a un monstruo. La amalgama irónica de su humanidad con la de un dragón, como se hacía llamar a sí mismo de forma petulante.

— Yo… — Lucerys volvió a llamar su atención. Lo miró meter un par de dedos al tarro para después llevarlos a sus heridas — Muchas gracias por salvar mi vida… — murmuró en voz baja. Aemond sintió ardor de nuevo pero la sensación fue rápidamente olvidada por la calidez de la amabilidad… No sabía cuánto necesitaba escuchar palabras así hasta que salieron de los labios del castaño.

—... De nada…

— Listo. La miel evitará que se infecte — Lucerys sonrió un poco y de nuevo se quedaron en silencio. El fuego de la chimenea crepitaba un poco y la luz cálida los iluminaba a ambos.

Aemond sintió por primera vez en una década que su corazón se aceleraba.
Nunca podría admitir en voz alta que el único motivo por el cual había permitido que Lucerys se quedara… Era porque esperaba que fuese él la clave para romper su maldición.

"El amor puro, incondicional y recíproco te devolverá a tu forma original"

Pero… ¿Qué sabía realmente del amor? Lo poco que había leído sobre éste en libros se le antojaba estúpido e irracional. Las pasiones desenfrenadas usualmente llevaban a eventos desafortunados y él se creía más listo que los personajes de novelas ridículas. Nunca podría cometer un acto irreverente en nombre del amor y esperaba que, con suerte, la cosa se diera por sí misma.

Lᴜᴄᴇᴍᴏɴᴅ Wᴇᴇᴋ ₂₀₂₃Donde viven las historias. Descúbrelo ahora