Día Siete: Amor Secreto.

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TAGS: Universo Moderno, Aemond vampiro, Lucerys humano, mención de sangre.

Aemond disfrutaba de verlo dormir. No había más que él pudiera hacer en esas horas en las que Lucerys sucumbía al cansancio. Aún así, aún estando sumido en los brazos de Morfeo, el castaño era capaz de regalarle la calidez de su cuerpo durmiente. La cadencia de su respiración y la expresión apacible del descanso. Cosas que Aemond había dejado de poseer hace tanto tiempo que ya ni siquiera concebía la idea de que él, también, alguna vez fue tan humano como Lucerys.

Las sábanas de seda solo le cubrían la cadera y las piernas. Podía observar bien su torso desnudo. Cómo adoraba su piel… Sentirla, probarla. Marcarla. Pasó delicadamente su dedo cerca de la mordida que nunca sanaba, ese punto delicioso donde el aroma y el pulso de su sangre se concentraban y lo enloquecían. Pensó en el primer momento en el que sus colmillos abrieron la carne suave y la sangre brotó, caliente, espesa… Con un sabor inexplicablemente adictivo. No podría describirlo. Simplemente sabía que era único, que era suyo… Y Lucerys se lo había entregado por voluntad propia.

Su mano se posó delicadamente sobre el pecho del castaño para poder sentir el latido de su corazón. Notó que apenas y hacía un gesto por el contraste de temperaturas y eso lo hizo sonreír de forma inconsciente. Lucerys era tan… humano. Lo había encontrado fascinante desde el primer momento y eso lo había tomado por sorpresa y con la guardia baja. Sus intenciones eran totalmente distintas en ese momento.

Aemond debía matarlo para mandar un mensaje. Una simple advertencia pero se había visto incapaz de tomar acción, aún cuando Lucerys básicamente se había puesto en bandeja de plata para él.

Solo, absorto en la música de sus audífonos, distraído. La noche estaba cerrada y aún así no parecía estar asustado. Ni siquiera inquieto como un humano cualquiera que camina solitario por una calle poco alumbrada. Llevaba su bicicleta y parecía que estaba dando un paseo, ajeno al peligro inminente. Aemond pudo haberlo matado y Lucerys ni siquiera se habría dado cuenta… Pero algo lo había detenido. No podría explicarlo. Tal vez había sido el aroma embriagante que su piel tenía o la forma en la que lo había mirado cuando, por una fracción de segundo el castaño miró sobre su hombro, tal vez sintiendo la presencia de un depredador detrás de él. No alcanzó a verlo, claro, pero aún así…

Lucerys se acomodó en la cama para acostarse de lado y Aemond apartó algunos rizos de su rostro. Probablemente estaba loco. No solo estaba desafiando a su madre. Estaba traicionando a todo su clan. Él había respetado las reglas desde siempre, desde que Alicent apareció en su vida y lo acogió como un hijo suyo. Siempre había creído que le debía absolutamente todo a ella… Y por eso le había servido con más fidelidad que cualquiera de sus hermanos. Había olvidado su humanidad en favor de los de su propia especie y, de hecho, les había tomado el mismo asco que Alicent le había inculcado.

Los humanos eran una amenaza. Especialmente los que sabían el secreto de su existencia. Más aún los que se dedicaban a cazarlos, escondidos detrás de fachadas de negocios comunes y corrientes. Alicent los odiaba tanto que matarlos no le bastaba y disfrutaba torturarlos hasta que simplemente no daban más. Y Aemond no era diferente. Había matado a cientos de humanos sin sentir ni pizca de remordimiento. No se limitaba solo a sus enemigos sino también encontraba placer en atacar de vez en cuando a personas comunes y corrientes siempre y cuando cumplieran con sus criterios personales.

— ¿De nuevo me estás viendo dormir…? — Lucerys apenas habló en un susurro, abriendo a medias uno de sus ojos — Eres un rarito… — Aemond le sonrió y alejó su mano aunque el castaño la tomó para colocarla contra su mejilla y suspirar — ¿Cuánto tiempo dormí…?

— Tres horas — respondió el albino, disfrutando del calor corporal del menor.

—Mhm… — Lucerys suspiró y luego bostezó, estirándose un poco. Se sentó en el colchón para buscar a tientas su teléfono en el buró y mirar la hora. Eran casi las cinco de la mañana — Creo que tengo que regresar… Jacaerys va a matarme si no me encuentra en mi cama en una hora… — dejó el celular en la cama y luego se acercó a Aemond para besar sus labios y pegar su frente unos segundos a la de él para después separarse y así levantarse para buscar su ropa, que había quedado desperdigada por el suelo de la habitación.

Lᴜᴄᴇᴍᴏɴᴅ Wᴇᴇᴋ ₂₀₂₃Donde viven las historias. Descúbrelo ahora