Debía estar loco.
Tal vez la angustia y la tristeza habían mermado su cordura al grado de desgastarla tanto que había escuchado los consejos de una mujer loca que aseguraba que podría volver a ver al que había sido el amor de su vida y que los dioses, tal vez celosos de su amor, se lo habían arrebatado de la forma más cruel posible.Apenas lo había conocido dos semanas. Solo quince días bastaron para amarlo y dos días antes de la boda pactada, Lucerys cayó enfermo, afectado por una enfermedad innombrable que lo hacía tener fiebres altas y vomitar sangre hasta que finalmente, el día de la supuesta unión, había muerto entre dolores y sufrimientos.
Aemond no pudo evitar pensar que había sido culpa suya por tentar tanto a la suerte.
Desde que su madre le había anunciado que se casaría para fortalecer su apellido y mejorar la casta de su casa él se había mostrado renuente. Nunca había sido un partícipe activo de la sociedad ni sus costumbres y los matrimonios arreglados le parecían una estupidez semejante a la venta y compra de ganado.
Además no se consideraba apto para el matrimonio. Era huraño y solitario. Prefería su propia compañía y era independiente, incapaz de pedir ayuda a nadie para resolver sus problemas. Consideraba que una pareja sería más una carga que una compañía. Y ni hablar de tener hijos. Los niños eran desagradables, ruidosos y molestos. No podría ser padre. No quería ser padre. Ninguna imposición de su madre podría cambiar eso…
Hasta que finalmente le presentaron a Lucerys.
Era una tarde espantosamente calurosa. Su madre lo había forzado a vestir con el mejor traje que tenía y eso implicaba varias piezas de ropa pesada, gruesas y que probablemente podrían matarlo de un golpe de calor.
Viajaron por una hora en carruaje hasta llegar al hogar de los Velaryon: una casa de campo rodeada de hectáreas de árboles y viñedos cuya fachada era tan blanca que cegaba cuando el sol la iluminaba.Alicent había sido muy puntual al momento de pedirle -suplicarle- que se comportara. Su matrimonio significaría terminar con años de enemistad y podría traerle conexiones poderosas y una dote bastante generosa. Cosas que a Aemond le daban totalmente igual. Poco le importaba estar en presencia de un omega malcriado y petulante como todos los demás. Sin cerebro, sin personalidad… Esperaba poder ahuyentarlo de forma discreta.
Cuando llegaron, Rhaenyra Velaryon en persona los hizo pasar al salón en el que Lucerys esperaba. Ella y su madre habían sido amigas aunque en algún momento dejaron de hablarse y se notaba la tensión en su conversación banal mientras avanzaban por los pasillos iluminados por los altos ventanales.
La decoración al interior de la casa parecía estar inspirada fuertemente por elementos marinos que a Aemond le parecieron discordantes con la ubicación. El mar estaba a kilómetros de distancia. Tal vez solo era cosa de mal gusto.
Un mayordomo abrió la puerta para ellos y el salón estaba más iluminado todavía. Rhaenyra entró primero y se detuvo junto a su hijo, tomando su mano entre las suyas.
Aemond tardó un poco en acostumbrarse a la luz y finalmente posó los ojos en su prometido misterioso.
Lucerys vestía de azul pálido, como el cielo en un día fresco de primavera. Su cabello se asemejaba a las ondas del océano y era del color de la caoba. Tenía unos ojos de un color que Aemond no había visto nunca… Su rostro era pequeño, ovalado, simétrico. Tenía una belleza que lo hizo pensar inmediatamente en algo de otro mundo. Dulce, adorable. Perfecto.
— Mucho gusto, mi lord — lo saludó y su voz era melodiosa. Aemond no se había dado cuenta de que se había quedado mirando por tanto tiempo hasta que Lucerys lo miró de nuevo, como esperando una respuesta.
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Lᴜᴄᴇᴍᴏɴᴅ Wᴇᴇᴋ ₂₀₂₃
Fiksi PenggemarColección de one-shots/drabbles siguiendo la temática de la Lucemond Week del 1 al 7 de Enero de 2023. Cada capítulo contiene sus tags en la parte superior.