Pasaron los dos primeros meses de curso, mis amigas empezaban a hacer comentarios ya que era la única del grupo que no se llevaba nada de almuerzo para la media hora de descanso entre las tres primeras horas de clase y las tres siguientes. Intentaba no hacer caso a los comentarios, sonreía y decía que desayunaba mucho y por eso no tenía hambre a las 11 de la mañana. Aunque probablemente nadie lo creyera, lo dejaban estar cuando repetía que me sentía llena.
Todos los días a las dos salíamos a comer, yo en casa ponía la excusa de que me quedaba a comer en el instituto y me iba al supermercado más cercano. Allí compraba dos manzanas y me dirigía al parque más cercano a comermelas sin que nadie me viera. Los días que hacía sol no estaba tan mal, pero los días que hacía mal tiempo era una verdadera odisea.
Pero comer en casa supondría comer más cantidad y llegar hinchada a la siguiente clase, eso era algo que no me podía permitir, o eso me decía a mi misma.
Llegó un punto del curso en el que no tenía la energía suficiente para sobrevivir a las 8 horas de clase, muchos días faltaba y otros pasaba las clases con cara de cansancio y recostada sobre la mesa. Los profesores comenzaron a preguntarme por mi pérdida de peso, que comenzaba a llamar demasiado la atención, y por mi estado de ánimo. Yo decía que no pasaba nada, que estaba bien, simplemente cansada. Cada vez los profesores eran más insistentes, y me decían que mi rendimiento había bajado notablemente. Yo me sentía triste y desmotivada y tras varias discusiones en casa, dejé el curso a mitad, para retomarlo al año siguiente.
Estas "vacaciones" me sentaron realmente mal, estaba muy deprimida, sin ganas de salir, ni hacer nada. Un día por aburrimiento empecé a comer de nuevo, solo quería sentirme mejor. Pero la ansiedad y la tristeza que sentía no me dejaban parar de comer, un paquete tras otro, cuando por fin paraba de comer me invadía un sentimiento de culpa enorme, me sentía gorda, fea e hinchada. Me veía como un monstruo, me odiaba a mi misma, así que decidí no comer nada más por un par de días para "compensar" todo lo que había comido esa tarde. Esto pronto se convirtió en un bucle infinito,me daba atracones y luego me restringía, en muchos casos después de darme el atracón intentaba vomitar todo lo que había comido pero no siempre me salía bien. Era como si llegara un punto donde mi cuerpo no me dejaba vomitar más y eso me frustraba.
A medida que pasaban los días me daba cuenta de que cada vez cogía más peso, lo único que podía pensar era "me quiero morir", caí en una depresión de la que no podía salir. La culpa a penas me dejaba dormir, me decidí a pedir ayuda y estuve años con tratamiento psiquiátrico y psicológico. Tomaba antidepresivos y pastillas para dormir, pero los pensamientos negativos y dañinos permanecían en mi cabeza. Simplemente quería volver a estar delgadísima, eso me hacía sentir feliz y guapa.
Pasaron los meses y había recuperado peso, desde fuera parecía "recuperada" de mi TCA, pero nada más lejos de la realidad. Solo podía pensar en lo que comía, contar las calorías de los alimentos, comparar mi talla de pantalón actual con la anterior, y pasaba las horas mirando fotos de modelos y llorando porque quería tener su cuerpo, y lo más importante, mantenerlo en el tiempo. Sin embargo, ahora que había recuperado un peso sano, ya nadie parecía preocuparse por mi salud mental y yo me sentía peor que nunca.
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HISTORIA DE UN TCA
Short StoryEstos son los inicios de mi TCA, como descubrí que tenía uno y un largo y duro viaje por mi adolescencia y adultez intentado escapar de mi enfermedad. Espero que si te sientes indentificado/a, te ayude a saber que no estás solo. Hay más personas que...