4: la sal que sobra en el mar

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Horas después, Juliana fue la última en levantarse.

Al rededor de las 10:30 a.m. fue despertada por varios sonidos provenientes de afuera de la habitación. No entraba mucha luz al cuarto, la persiana no cubría la ventana por completo pero servía como una especie de difusor.

Se tomó su tiempo para sentarse en la cama ajena. Cuando lo hizo, empezó a rememorar todo.

Casi había dormido -otra vez- con una chica que apenas conocía y no cualquiera, quien sería técnicamente su jefa. Frunció las cejas, ¿qué estaba pensando? Valentina podría ser muy bonita, sexy y habían tenido una charla agradable pero aún así eso no justificaba los riesgos que estaba tomando.

Miró hacia abajo, seguía descubierta, mostrando el pecho que había tenido el triste accidente la noche anterior. Buscó de nuevo la camisa de Valentina para cubrirse y decidió salir a buscar su ropa para marcharse.

Abrió la puerta de la habitación con cuidado y se llevó otro susto al encontrarse a Perry echada sobre el suelo frente a la puerta. Maldijo en silencio y se dirigió a la sala.

Encontró con facilidad su abrigo, zapatos, bolso y pantalones, el lío estaría en hallar el top que había quedado en algún lugar desconocido en medio de besos y caricias.

—¿Juliana?

La voz de Valentina se oía más cercana de lo que esperaba. Se levantó de golpe para encontrarse con los ojos azules que la habían cautivado antes.

—Hey, —respondió casi en un susurro.

Valentina sonrió.

—Buenos días para ti también. ¿Qué haces? Ven, —luego se dio la vuelta y se dirigió hacia el lado contrario de las habitaciones y el baño.

Juliana la siguió sin rechistar. Llegaron juntas a una amplia cocina.

—Perdón por dejarte sola pero me estaba muriendo de hambre y tú no despertabas. —Había, en unos de los puestos de la estufa, una sartén donde se cocinaban cuatro huevos. —Ya casi termino.

Juliana seguía de pie, simplemente observando a Valentina ir de aquí para allá con bastante gracia.

—Siéntate, —ordenó.

Juliana hizo caso, dejando caer al suelo sus prendas. Valentina terminó, sirvió la comida y la dejó frente a ellas. Se sentaron lado a lado en la isla.

Un primer silencio incómodo las acompañó. Ya estando sobria y teniendo en cuenta lo sucedido, Juliana no sabía qué decir y la mirada de Valentina la estaba intimidando.

—¿Cómo está tu bubi hoy?

Juliana casi se atragantó. Sus mejillas ardieron hasta que recordó que Valentina había ido por cosas para curarla y lo había hecho sin ningún tipo de morbo. —Bien. —El alcohol la había ayudado a soltar palabras pero ahora quedaba casi nada en su sistema. —Uh- ¿Me regalas un poco de agua?

Valentina asintió y se levantó para servirle en un vaso. Lo trajo una vez estuvo casi lleno, se lo tendió y luego la miró preocupada. —¿Estás bien? Tengo aspirinas, bebiste un poco más que yo.

—Sí, gracias.

Valentina se fue de nuevo por el pasillo en donde estaba el baño, suponía que allí era en donde tenían todas sus medicinas. Cuando volvió, Valentina miró el plato de Juliana y la menor se avergonzó porque sabía que no había tocado mucho de su desayuno.

—Come un poco más y luego te la tomas.

Valentina puso el frasco de color café y el algodón a su lado. Juliana estaba un poco nerviosa, no sabía si ahora sería capaz de mostrarle su pecho así sin más.

Siento que no sientas | JuliantinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora