Capítulo 4

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Paolo aún se estaba cuestionando cuál podría ser la labor a realizar.
Nada más llegar a la asociación ese día, Ian Watzler había pedido reunirse directamente con Enzo, dejando a tío y sobrino separados, afortunadamente, Leila Mudller también estaba allí, y se había ofrecido a enseñarle a Paolo de manera mucho más profunda toda la asociación antes de enseñarle lo que podría hacer ese día.

–Verás, actualmente estamos llevando a cabo un proyecto que creemos que puede resultar interesante, consiste en la realización de actividades deportivas todos los fines de semana, totalmente abiertas a todo público que quiera unirse y con unos costos razonables, el problema es que las personas implicadas no consiguen ponerse de acuerdo con los diferentes factores a tratar, cada uno tiene sus propias ideas y aveces chocan, para eso se han reunido hoy todas las personas que van a estar implicadas, para intentar solucionarlo todo y, con suerte iniciarlo todo el mes que viene. Me gustaría que, si estás dispuesto, pudieras ayudarnos con esto.

Paolo escuchaba atentamente las palabras de Leila, realmente le parecía una idea interesante, al fin y al cabo, el objetivo general de todo lo que hacía la asociación era conseguir dinero para entregarlo a gente necesitada, cualquier actividad o acción que ayudase podría ser positiva.

–Claro que os ayudaré, estaré encantado.

La mujer sonrió y ambos se detuvieron frente a una puerta.

–Eso es genial, esperaba que fuera así porque ya te he asignado a un compañero para que te explique el proyecto en más profundidad y además podáis trabajar en equipo durante el tiempo que estaréis aquí tu tío y tú. Espero que no te importe.

Paolo se sorprendió ante eso. Realmente no le importaba demasiado, en el fondo, nada de lo que pasara le importaba mucho, lo único que quería en realidad era conseguir distraerse durante la temporada que pasarían allí, quizás hacer algún amigo podría ayudarle un poco.
Antes de tener tiempo de responder, sonó un teléfono móvil.

–Oh, disculpa Paolo, tengo que cogerlo.

Leila se apartó del lugar, aunque no demasiado, causando que el italiano, sin esforzarse demasiado, pudiera oír lo que decía.

–¿Qué quieres decir con eso?... Madre mía, esto si que no me lo esperaba... ¿Pero tú estás bien?... Bueno, menos mal... Si si, tranquilo, te lo presento más tarde... Claro que sí... Ya te lo dije, no te lo pienso decir, cuando vuelvas ya lo verás... Bueno, llámame enseguida si surge algo... Tú también... Adiós.

El italiano bajó inmediatamente la mirada tras el final de la llamada telefónica, deseando que la mujer no se hubiera dado cuenta de que la estaba escuchando.

–Perdona, justo me ha llamado la persona de la que te hablaba, tu compañero, dice que ha surgido un imprevisto en uno de sus otros trabajos de la asociación y que llegará un poco más tarde. Lo siento, enseguida te asigno a otra persona para que te instruya.

–Tranquila, no hay ningún problema.

–Venga, entremos.

Ambos pasaron al interior de una sala de reuniones, había ya cuatro personas, dos estaban de pie y las otras dos se encontraban sentadas alrededor de una mesa que había en el centro de la sala.
Todos iban vestidos con ropa común y una de las personas sentadas en la mesa parecía estar sudando.

–Leila, pensábamos que no llegaríais, aunque no me equivocaba del todo.

–Llegará después de la reunión, ya sabes lo liado que está.

Todos se sentaron en las sillas. Aunque arrastrando algo de timidez, Paolo también lo hizo, tras una breve indicación de Leila.

–Aver, escuchadme, la mayoría ya conocéis a Paolo Bianchi, él y el señor Enzo Bianchi estarán aquí durante algo de tiempo para ayudarnos, así que Paolo nos echará una mano en este nuevo proyecto, ya le he asignado un compañero para que le ayude pero como veis, hoy llegará un poco más tarde, así que tú, Zara, te encargarás de instruirle hasta que llegue.

–Sí señora.

–Bien, pues empecemos la reunión.

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–Muchas gracias por tu ayuda, Paolo, has tenido muy buenas ideas.

–Oh, no hay de qué, simplemente me gusta ayudar.

Finalizada la reunión, todos salieron de la sala y se dirigieron a distintos lugares para seguir con las tareas que tenían indicadas para ese día. Paolo estaba siendo acompañado por Zara Hamoue, ya que su misterioso "compañero" aún no había llegado. Por lo que le habían contado, su compañero era una de las personas que más labores aportaba a la asociación, principalmente era guía turístico para los extranjeros que llegaban a Kinsasa, pero se encargaba de cuatro rutas en cuatro idiomas distintos, además de eso, siempre ayudaba en las actividades, en las cuentas de la asociación y era el encargado de una "extraescolar" que organizaban para los niños de la ciudad.

–No sé porqué Leila está tan empeñada en que trabajéis juntos, pero bueno. Lo que está claro es que os vais a llevar bien.

Zara le estaba ayudando en la organización de algunas reuniones para esa semana (tarea que le habían asignado a Paolo por no tener nada más que hacer), ya estaban a punto de terminar, y el director le había dicho que, en ese caso, podía irse ya y aprovechar para disfrutar de la ciudad. 

–En fin, creo que ya está todo. Yo aún tengo algunas labores así que me voy, supongo que ya nos veremos mañana.

–Claro, adiós Zara.

Paolo había intentado encontrarse con su tío antes de irse, más que nada para poder avisarle de que ya se verían en la posada cuando él volviera, pero no le había visto en todo el día, por lo que le dejó el encargo a uno de los hombres que había en la recepción del edificio.
Había decidido que se iría directamente al pueblo donde estaban, se metería en su habitación y disfrutaría del tiempo solo, no es que hubiera nada en concreto que estaba deseando hacer.

–Ah Paolo, ¿ya has terminado por hoy?

El italiano se giró sobre sí mismo, solo para volver a encontrarse con Leila Mudller.

–Sí, ya está todo. El director me ha dicho que ya podía marcharme por hoy.

–Sí, cierto. Antes de irte, ¿te gustaría conocer a tu compañero? Él también está a punto de irse, aunque si lo prefieres, lo dejamos para mañana.

Paolo lo pensó durante un instante. Realmente lo que quería era regresar lo antes posible a su habitación en la posada y olvidarse de todo durante unas horas. Aunque, tampoco es como si hacer eso todas las noches le estuviera haciendo sentirse mejor, realmente. Además, la curiosidad sobre esa persona lo estaba comiendo por dentro.

–Claro, eso sería genial.

–Estupendo, ven, sígueme.

Ambos caminaron hasta llegar a la zona de la cafetería, donde había varias personas sentadas en diferentes mesas tomando café, té o bebidas en general.
Leila se dirigió a una mesa en concreto, donde había una persona sola.

Paolo creyó reconocerle incluso antes de llegar a su lado, pero cuando estuvieron prácticamente cara a cara, no pudo negarlo.

–Creo que vosotros dos ya os conocéis.

Estaba claro.
Paolo tenía al capitán de The Little Gigants, su antiguo rival, justo delante.

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