Capítulo 4.

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Pete tomaba un café caliente junto a Porsche en el sofá. Había tenido tiempo de ducharse y ponerse ropa limpia. Aún le temblaban las manos, pero estaba mucho más tranquilo. Hablar con su mejor amigo le vino muy bien, volvía a reírse, como era costumbre en él. Vegas le contemplaba desde detrás de la puerta entreabierta del salón, asomado para asegurarse de que realmente estaba ahí. Tenía una sonrisa tan bonita que podía eclipsar la luz del sol, pensó. Sin embargo él no era el motivo, en ese instante se dio cuenta de que su sitio era aquel, junto a sus amigos. Por mucho que le doliera, su felicidad era lo más importante y debía dejarle ir. Fue en busca de su primo para hablar con él. Sería una de las cosas más duras que diría en su vida, pero tenía que hacerlo.

—Deja que Pete se quede con vosotros, este es su lugar— tragó saliva intentando deshacer el nudo que se le había formado en la garganta.

Kinn le miró fijamente, con lástima.

—Siempre será bienvenido— dijo, su rostro mostraba compasión.

Vegas asintió. Salió un rato al jardín para tomar el aire, necesitaba pensar. El corazón le dolía más que el brazo donde había impactado la bala. La decisión estaba tomada, ahora empezaría una nueva vida sin él.

Porsche se había marchado hacía un rato, quería dejar un momento de tranquilidad a Pete que este agradeció. Le venían imágenes de Pakpao a la cabeza, ninguna buena. Y cuando iba a suceder lo peor, Vegas apareció para salvarle. Se maldijo por no haber sido capaz ni siquiera de abrazarle cuando le vio lleno de sangre en el suelo. Sus pensamientos se desvanecieron cuando Kim entró en el salón. Se sentó a su lado, gesto que sorprendió al guardaespaldas porque apenas habían cruzado palabra desde que se conocían.

—Odio a mi primo y él a mí, lo sabes mejor que nadie, pero debo contarte esto. Me pidió ayuda para encontrarte. Estaba tan desesperado que fue capaz de hacerlo, todo por ti— se colocó un mechón de pelo detrás de la oreja. Después, continuó. —Nunca antes le había visto tan derrotado, parecía como si estuviera muerto por dentro. No durmió, dedicó toda la noche a buscar algo que nos llevara dónde estabas. Os queréis más que a nada. Ve a decírselo, nunca se sabe cuándo puede ser la última vez.

Pete bajó la mirada. Tenía toda la razón, debía demostrarle que le amaba por muy doloroso que pudiera ser. Cuando Kim se levantó para marcharse, el guardaespaldas habló.

—Tú deberías hacer lo mismo. Trágate tu maldito orgullo y permítete ser feliz. La vida es muy corta como para quedarse con las ganas— sonrió.

Aquello le hizo reflexionar. Al salir, Kim fue en busca de Porchay. Tocaba la guitarra en su habitación, con un cuaderno encima de la mesita donde había cosas apuntadas. Sin decir nada, le agarró de la cara y le besó. El chico no sabía cómo reaccionar, por lo que decidió disfrutar del momento.

—Te quiero— le susurró—. Perdón por todo el daño que te he hecho, mereces ser feliz y yo he conseguido lo contrario. Lo siento tantísimo.

Porchay le miró con ojos brillantes. Sus palabras sonaban sinceras, aún así, todavía le dolía mirarle. Puede que fuera el momento de volver a empezar. Se acercó un poco más a él, podía sentir el calor que emanaba de su cuerpo. Colocó la mano en su nuca.

—Ya lo he olvidado, te perdono— le devolvió el beso, esta vez con más intensidad.

Kim no pudo evitar sonreír. Se besaron durante el corto camino entre la silla y la cama, donde ambos se quedaron dormidos abrazados.

Vegas entró en su casa. No había una sonrisa dándole la bienvenida, solo un silencio horrible que le hizo estremecer. Fue a la cocina a por un vaso de agua. Ni siquiera pensó en prepararse algo de cena porque no tenía apetito. Ya nadie le abrazaría por la espalda mientras cocinaba. Regresó al salón, el sofá estaba vacío sin una sola persona quedándose dormida con la televisión encendida sonando de fondo. Al llegar a la habitación, recorrió la estancia con la mirada. Unas cuantas fotos de aquel verano se hallaban en la pared. Pete estaba subido encima de él, ambos mostraban sonrisas de verdadera felicidad. Un par de lágrimas recorrieron su rostro. La cama se encontraba vacía, no le darían ningún beso antes de dormir. Más silencio, demasiada oscuridad para alguien que ya encontró su luz pero que ahora, se había apagado. Se cambió de ropa antes de meterse entre las sábanas. La soledad le pesaba, no tenía nada. El poder y el amor desaparecieron de su vida tan rápido que no pudo ni saborearlos. En cambio, existían personas que lo tenían todo y no lo merecían. Definitivamente, su propia familia le había quitado hasta las ganas de vivir. ¿De qué servía estar en el mundo siendo un inútil al que no le quedaba nada? Se metió en la cama con intención de dormir y no despertarse jamás.

No llores más, amor (VegasPete)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora