4.- El gato negro.

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Capítulo 4

El gato negro.

Venía de una cena de empresarios en Torrevieja. Había pasado la noche allí, esa misma mañana le había llamado la concejala de urbanismo, casi riñéndole por no estar localizable en toda la noche y conminándole a reunirse con el equipo de gobierno en el ayuntamiento de manera urgente.

El alcalde bajó del coche oficial. Se acercó a la ventanilla y le dijo al conductor del vehículo oficial que volviera en una hora.

En la entrada al consistorio unos soldados hacían guardia junto con la policía local.

El General se iba a enterar, ¿Como se atrevía a gestionar y a asignar los recursos de la ciudad de aquella manera?. Protestaría enérgicamente por aquel atropello, nadie debería disponer a sus anchas de la propiedad del ayuntamiento. Se abrochó el botón del traje por encima de su protuberante barriga, se acarició parte de la calva, como si se atusara el pelo y subió las escaleras. 

Nada más entrar se encontró con la consejera de urbanismo que le informó de que el consejo de crisis le estaba esperando.

—¿Que consejo de crisis?, se va el gallo un momento y se desmadra el gallinero.— Susurró para si.

Era una habitación rectangular, grande, de techo alto. Las paredes estaban llenas de mapas de alicante y sus alrededores. Sentados rodeando una mesa central sobre la que había varios teléfonos se encontraban el jefe de la policía nacional, el jefe de la policía local, el teniente coronel de la guardia civil, el director gerente del hospital universitario, el coordinador de protección civil, dos tenientes de alcalde del ayuntamiento, el presidente de la autoridad portuaria de alicante, la subdelegada del gobierno de alicante, la abogada del estado del servicio jurídico de alicante, y el General. 

Se dibujaban grandes líneas en un mapa, se acotaban zonas con círculos, se marcaban puntos, se tomaban notas, intercambiaban ideas y a veces uno de ellos cogía el teléfono y hacia una llamada.

En ese momento entró el alcalde hecho una furia.

—¡Exijo una explicación!— Chilló con voz de falsete mientras se dirigía a la mesa.

La actividad cesó.

—¡Usted!— Gritó el alcalde, señalando con el dedo al general.— Usted se ha confabulado contra los poderes legalmente establecidos, he visto soldados por todas partes, están ustedes requisando bienes privados... están destrozando el castillo, ha contactado conmigo al menos tres empresarios quejándose de su actitud. El armador del Sovergein me llamó hace cinco minutos porque su barco está retenido en el puerto y Dios sabe que mas atropellos estarán cometiendo.

Uno de los tenientes de alcalde intentó decir algo, el general  seguía sentado en la mesa mirando al alcalde.

— ¡Esto es anticonstitucional, el estado de excepción no le permite hacer esto!!Voy a llamar a Madrid y a la secretaría del partido... Se ha metido usted en un buen lío.— Exclamó el alcalde con las manos apoyadas en los riñones mientras afirmaba con la cabeza.

— Señor, he sido yo como primer teniente de alcalde quien ha autorizado el uso del castillo, y hemos solicitado apoyo al ejército para reforzar las patrullas de la policía local.— Interrumpió la concejala de Urbanismo.

— ¿Sabe usted lo que es el Estado de Excepción?.— Interrogó la abogada del estado.

El alcalde empezó a ponerse lívido.

—Según la Ley Orgánica 4/1981 se suspenden los derechos reconocidos en los artículos 17, 18, apartados 2 y 3; artículos 19, 20, apartados 1, a y d, y 5, artículos 21, 28, apartado 2, y artículo 37, apartado 2, cuando se acuerde la declaración del estado de excepción en los términos previstos en la Constitución. Se exceptúa de lo establecido anteriormente el apartado 3 del artículo 17 para el supuesto de declaración de estado de excepción.— Recitó casi de carrerilla la vieja abogada y añadió.— Básicamente se anula la libertad y la propiedad individual, en beneficio el bien de la comunidad.

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