Robyn Goodfellowe, una joven aprendiz de cazador, viaja a Irlanda con su padre para acabar con la última manada de lobos, por orden de Lord Protector. Pero un día, Mientras exploraba las tierras prohibidas fuera de las murallas de la ciudad, conoce...
Las celdas del calabozo eran, sin duda, el peor lugar donde estar cuando era de noche. Y Más aún si estabas solo.
Eso era lo que Mebh experimentaría cuando fue arrojada bruscamente.
La pequeña trató de salir, pero la puerta fue cerrada en su cara.
"¡Déjenme salir!" gruño, y comenzó a mordisquear los barrotes de metal. "Cuando salga de aquí, yo..."
"Tú no harás nada, si es que valoras la vida de tu madre" habló Lord Protector, emergiendo desde las sombras. Mebh se limitó en gruñirle, mientras que la expresión facial del lider permaneció férrea.
"Mañana daré una demostración a todo el pueblo que hasta lo más salvaje puede ser domado con la gracia del señor. Si todo sale bien, puede que tú y tu madre vivan. Pero de lo contrario, no tendré misericordia en hacerlas silenciar. A ti, tu madre y tu amiguita".
Mebh exaltó. Por la forma en que lo decía, iba realmente en serio. Así que, por el bien de su integridad, dejó de morder las barras y retrocedió unos pasos.
"Parece que lo entiendes. Muy bien, descansa. Mañana tengo muchos planes". Con eso, Lord Protector se retiró, dejando sola a la pequeña niña.
Miró por la pequeña ventana, viendo que era noche de luna llena. Normalmente aullaría junto a la manada en una noche como esta. Pero hoy no era posible.
El plan había fracasado, su intento de liberar a su mama fracasó, y ahora estaba más sola que nunca.
Sin nada que pudiera hacer, se acurrucó en una esquina, mientras lloraba en silencio.
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Había sido un completo desastre.
No solo su plan fue frustrado a lo grande, sino que ahora Lord Protector tenia cautiva a Mebh... y sabía de su secreto. Y teniendo ahora una amenaza sobre sus espaldas, la cosa no pintaba para nada bien.
Su padre estaba furioso con ella por haber salido de noche. Aunque, bueno, por lo menos no estaba enterado de su condición. Pero claro, era solo cuestión de tiempo para que se enterase.
Todas las emociones y sucesos que ocurrieron en la noche la golpearon duramente, tanto que no durmió. Ni siquiera se atrevió en pestañear.
Y aquí estaba, en el castillo trabajando en las cocinas sin parar, siendo constantemente vigilada por una ama o por un guardia.
Miró su reflejo en el charco de agua que estaba usando, y lucía un completo desastre. Al solo verse, quería echar a llorar, pero no se atrevió.
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