Robyn Goodfellowe, una joven aprendiz de cazador, viaja a Irlanda con su padre para acabar con la última manada de lobos, por orden de Lord Protector. Pero un día, Mientras exploraba las tierras prohibidas fuera de las murallas de la ciudad, conoce...
Habían pasado unos días desde el incidente en el bosque.
La manada de lobos atacándola, haber herido sin querer a Merlín, el encuentro con esa misteriosa niña...
Todo seguía siendo muy fresco en la mente de Robyn.
Y no hubo alguna noche que no tuviera pesadilla.
"No..."
Era la misma escena; ella tratando de salir del bosque mientras era perseguida por los lobos.
"No, por favor..."
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Su corazón latía a mil mientras trataba de buscar una salida.
"Por favor..."
Sentía como los lobos se acercaban cada vez más.
"No, no, no..."
Se volteó para ver qué tan lejos estaba, solo para ver a los lobos abalanzarse hacia ella, mostrando sus enormes fauces llenos de dientes afilados, listos para despedazar cualquier presa.
Y en ese momento, con un grito aterrador, Robyn despertó de su pesadilla.
Estaba completamente empapada de sudor, su respiración era errática y estaba temblando como una hoja.
"¿Robyn?" preguntó su padre, "¿Estás bien?"
La chica no respondió, y en cambio, se quedó queta mirando su entorno, luciendo perdida.
Ni siquiera se movió cuando su padre subió las escaleras y se sentó a su lado, tratando de tranquilizarla.
"Descuida, fue solo una pesadilla" dijo, dándole un abrazo.
Robyn permaneció callada.
"Es la cuarta noche seguida que tienes pesadillas, eso no es normal" dijo su padre, algo preocupado. "Desde que se perdió Merlín, empezaste a tener pesadillas y te volviste retraída. ¿Estás segura de que no pasó algo malo?"
Robyn quería decirle la verdad a su padre.
Quería desfogarse y contarle como su conducta infantil hizo que rompiera las reglas y se fuera al bosque, solo para haber disparado a Merlín sin querer, y ser atacada y talvez devorada por los lobos.
Pero no tuvo valor para decirlo.
"Estoy bien, padre" respondió ella, sonando como un susurro. "Las pesadillas... pasarán, eventualmente".
El señor Bill no dijo nada.
Sabía que su hija estaba escondiendo algo, pero no sabía qué.
Aun así, no la presionó.
"Está bien" dijo él. "De todos modos, es hora de que nos alistemos".
El señor Bill bajó las escaleras, dejando a su hija sola en el segundo piso para que pudiera cambiarse.
