Durante sus años de secundaria, Ethan Vasiliev, tuvo la oportunidad de enamorarse y experimentar diversas emociones bajo su estricta crianza, comandada por su madre, reina del Imperio Ruso y su abuela. Ambas mujeres de gran carácter que se interpusi...
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Las semanas transcurrieron a gran velocidad para Lenin, quien no perdía ningún momento para estar junto al Duque. Bailaban juntos y pasaban gran parte del tiempo juntos.
El concurso pasó y la gran actuación de Marion y Jerome no pasó desapercibida por nadie. Ganaron el primer puesto. Se sorprendió Lenin al enterarse de que todos los años arrasaban con el primer puesto, pero luego lo asimiló. Estaba en los genes de ambos.
Empezaba a sentirse cada vez más atraído por la peculiaridad de Jerome, su personalidad y carácter. Claro, además de su innegable belleza. Desde lo ocurrido con Bastian en la cafetería, temía por decirle a Jerome lo que pensaba acerca de él, pese a que el Duque siempre escuchaba todo lo que dijera, sin juzgarlo en ningún momento.
Aquel día decidió salir junto a Bastian, el Conde estaba en busca de un regalo de cumpleaños para su hermana. Así que, ambos salieron al centro de la ciudad y se dirigieron a las tiendas de regalos.
—Guau, hay cosas impresionantes —farfulló el ruso, atrayendo la mirada de Bastian.
—Es verdad. Siempre encuentras exactamente lo que estás buscando para un regalo —comentó Bastian y tomó un llamativo globo de nieve—. Esto no sirve como ejemplo. Buscaré por allá. —El Conde caminó hacia la otra estantería y Lenin siguió con lo suyo.
Mientras pasaba su mirada por cada estantería, descubrió algo realmente hermoso. La examinó solo con sus ojos, creyó que podría romperse si la tocaba. Era una caja de música, tallada en cristal, que le recordó los ojos del Duque.
No pudo más y tomó la cajita en sus manos. La observó mejor y notó que dentro de ella estaba, muy bien realizada, la ciudad de Moscú en un pintoresco paisaje nevado. Incluso había estatuillas con forma de personas. No podía quedar más maravillado hasta que los rayos del sol, que se colaban por la ventanilla de la tienda, se reflejaron en el cristal de la cajita.
Fue una imagen memorable.
—Lenin, ya conseguí lo que buscaba. Vamos al mostrador —habló Bastian para luego percatarse del objeto tan precioso que tenía su amigo—. Vaya, es hermosa. ¿La comprarás? —inquirió a lo que el rubio asintió en silencio, sonriéndole a su nueva adquisición—. ¿Y para quién es? No puedes decirme que solo la comprarás para tenerla en tu habitación —masculló con indignación.
