Durante sus años de secundaria, Ethan Vasiliev, tuvo la oportunidad de enamorarse y experimentar diversas emociones bajo su estricta crianza, comandada por su madre, reina del Imperio Ruso y su abuela. Ambas mujeres de gran carácter que se interpusi...
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Conocidos por todos los imperios y las familias de nobles. Obviamente, también eran temidos y odiados por muchos, pero eso jamás opacó su imponente imagen.
Bajó las escaleras y notó que su madre ya se había ido, solo estaba su abuela y los sirvientes. Obvió el desayuno, aunque se moría de hambre, pero comer solo con su abuela era muy incómodo.
Salió al patio y, en una esquina, se encontraba Bastian, vistiendo el uniforme con una chaqueta negra, como siempre. Su cabello estaba bien peinado y era raro, pues, solía llevarlo desaliñado.
—Lenin... gracias a Dios que sales, llevo una hora esperándote —se quejó Bastian en cuanto vio al rubio.
—Lo siento —respondió con serenidad Ethan.
—No importa, tonto. Vámonos, necesito entregar unos papeles —comentó el francés, colocando las manos detrás de su cabeza.
—Claro —murmuró Ethan. Bastian lo miró disimuladamente, no era raro que hablara tan poco, después de todo, Lenin siempre había sido bastante reservado y poco sociable. Pero, lo que tenía extrañado al Conde, era su sonrisa boba.
Caminaron un poco en silencio y Ethan levantó la cabeza mostrando un moretón en su mejilla. Bastian suspiró pesadamente.
—Demonios... ¿Qué hiciste para tener así el rostro? —cuestionó el castaño y Ethan lo observó.
—Salí un rato de casa. Me topé con alguien interesante. —Bastian se sorprendió, ya que su amigo no solía decir más de dos palabras. Estaba bastante hablador, así que lo dejó continuar—. Fue un momento muy corto, pero... —Su conversación se vio interrumpida por unas carcajadas. Ambos miraron al frente, buscando a los dueños. Lenin quedó perplejo, él creyendo que jamás se volverían a ver y ahora está en frente suyo, sonriendo como la primera vez que lo vio. Iba acompañado por una niña pelinegra, igual de sonriente.
—Ay, no —murmuró Bastian—. Son ese par de raritos. —Ethan frunció un poco el ceño, ¿por qué les dice así? Se quejó en silencio. Estaba molesto porque, a quien le dijo "rarito" era al niño que se cruzó en el parque.
