Querido Amigo

6. Solo un amigo

Ohm

Volver después de tanto tiempo no estaba en mis planes. Y más encontrar a la persona de la que me había costado tanto estar alejado. A pesar de todo aún recordaba cada facción de su rostro y aquella sonrisa al hablar no podía sacarlo de mi mente cada vez que me ponía a recordar el pasado. Aunque en ese entonces yo no era capaz de ver nada porque había quedado temporalmente ciego debido a la broma de Bright al cambiar mis pastillas para la ansiedad por otro fármaco que había provocado una ceguera temporal como efectos secundarios. 

Cuando lo conocí él era menor que yo por dos años y Brigth era muy cercano a él, por lo que siempre que iba a visitar la casa lo encontraba en el lugar. Al principio, lo ignoré cuando se me acercó porque estar ciego y en un lugar donde todos parecían estar en su mundo era algo tedioso, sin embargo ahí estaba él con su voz chillona tratando de ser amigable mientras Bright estaba en clases de esgrima. 

Aquella vez me dijo que si no aceptaba ser su amigo, debía olvidarme de visitar a Bright, aunque claro que se trataba de una broma ya que mis padres me dejaban los fines de semana en esa casa para entablar lazos comerciales. De esa manera comenzó. Cada vez que me sentía solo y estaba recostado por algún lugar de la casa, él se aparecía con esa sonrisa que a duras penas podía ver y no se iba hasta que Bright terminaste las cosas que tenía que hacer. Lo curioso es que jamás se llegó a enterar de nuestra cercanía y es cada vez que estaba por descubrirnos la madre de Bright nos cubría, sabía lo celoso y obsesionado que podía llegar a ser su hijo así que no dudo en guardar el secreto.

El día en que decidí  enseñar a leer en Braille a Nanon, fue aquella vez en la que él decidió marcar en el estante de la sala de juegos la fecha en que nos hicimos amigos con la promesa de que cuando recuperara la vista nos reuniríamos a celebrar  nuestra amistad. Está claro que ese día jamás llegó o tal vez si pero él no fue capaz de reconocerme ni acordarse de la fecha. 

Él día que mi familia decidió irse al extranjero fue el día que por primera vez odie tener el apellido que tenía, odie no poder ver ni despedirme de él. Todo pasó tan de repente ese día que sé que no debo ser un buen recuerdo. Aquella vez cuando estuve a punto de ahogarme en la piscina porque me resbalé al tratar de sacar la pulsera que me regaló mi madre de la alberca fue la última vez que escuché los pasos torpes de Nanon. Pero me regaló algo más que eso. Aquella vez Nanon me salvó y por unos escasos segundos pude ver su sonrisa. Y es por eso que cuando lo volví a ver no dude en reconocerlo. 

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— Joven Pawatt, será mejor que venga a ver esto. — Mi secretario se la ha pasado toda la noche tratando de localizar el usuario de Ig de Nanon. 

— Creo que esto es suficiente. Buen trabajo. — digo, mientras tomo mi taza de café. — Voy a estar fuera todo el día y necesito que te hagas cargo de la reunión de inversionistas japoneses. No aceptes ningún trato que ofrezca menos del 75 %. 

Mi secretario asiente y deja la tablet cerca a mi en la mesa donde estoy tomando el desayuno y lo observó marcharse. Miro de reojo el perfil que yace en la pantalla. Su usuario está en privado, pero sé que necesito hacer que me recuerde o de lo contrario terminaré volviendo a perder sus pasos torpes otra vez. Sé que ahora es el hermanastro de mi mejor amigo pero igual estamos lejos de volver a ser cercanos. Es mi última oportunidad. 

Cuando mando la solicitud de seguimiento, en menos de tres minutos mi solicitud tiene respuesta :  me aceptó. 

Sonrió feliz y ahora observó sus publicaciones. Tiene fotos con sus amigos en Singapur y muy pocas fotos de alguna chica o alguien a quien deba llamar rival. 

Antes de que pueda terminar de beber el último sorbo de café. Recibo un saludo de parte de él. Inmediatamente respondo y comienzo a hablar con él. Pensé que sería difícil ya que no cualquiera que te sigue por redes es alguien confiable.