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¡No cierres tan fuerte, pelotudo! Exclamó su padre enojado cuando azotó la puerta de su preciado Ford Sierra. Pablo tan solo se encogió de hombros y, sin relajar su ceño fruncido, se apoyó sobre el capot del auto esperando que su madre abriera la puerta de su nuevo "hogar". Aunque estaba muy lejos de poder considerarlo un lugar semejante. Era una horrible casa a más de cien kilómetros de la única vida que conocía, la de su amado Río Cuarto.

—Da asco el frente —espetó observando como la pintura de la casa estaba descascarada y, cerca del techo, se hallaban unas amarillentas manchas de sol y humedad.

—Si, ya sé, por eso ya encargué pintura para aprovechar las vacaciones y así me ayudas a pintar —dijo su madre buscando las llaves de la reja en su cartera—. Dale, mi vida, cambia esa carita. En un par de semanas ya vamos a estar totalmente instalados y vos, vas a tener un montón de amigos —agregó con ese tono dulce y conciliador al que su único hijo no se podía resistirse.

Suspiró, qué más podía hacer, ya había sido arrastrado hasta la capital de la provincia, ahora tendría que adaptarse a la ciudad de Córdoba, a ese barrio en los suburbios, a esa casa vieja y maltrecha. Sin mencionar que tendría uno de los peores veranos de su vida; tendría que sobrellevar temperaturas asfixiantes lejos de cualquier río o arboleda. ¿Podría ser peor? 

Terminó de cargar todo los cajones de sifones en la chata y cómo el calor no daba tregua, secó el sudor de su frente con una pequeña toalla de mano blanca, la cual dejó colgada en su hombro derecho

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Terminó de cargar todo los cajones de sifones en la chata y cómo el calor no daba tregua, secó el sudor de su frente con una pequeña toalla de mano blanca, la cual dejó colgada en su hombro derecho. Colocó un pequeño lápiz detrás de su oreja del mismo lado y se subió a la chata roja donde ya esperaba su copiloto de siempre, Román, el chico de su misma edad que vivía a la vuelta de su casa.

—Che, ¿cargaste unos sifones de más? —inquirió Román antes de apagar su cigarrillo—. Tu viejo dijo que hay gente nueva en el tres ochenta y dos de la Miguel Cané. Dice que nos pasemos por ahí a ver qué pinta —comentó sintonizando alguna radio cordobesa donde estuvieran pasando música actual.

—Si, y me podrías haber ayudado en vez de estar acá tirado —se quejó arrancando la chata que ya tenía en contacto. Aunque antes de salir del galpón, golpeó la mano de Román, estaba a punto de saltarse su radio favorita, una donde solían pasar cumbias santafesinas. «Podías decirme, che puto», masculló la víctima entre dientes cruzándose de brazos.

 «Podías decirme, che puto», masculló la víctima entre dientes cruzándose de brazos

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Enero del 96 (Ex Pibe del 382 - Scaimar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora