[6/?]

195 37 25
                                    

El pequeño caniche de la familia Aimar escarbó en la tierra húmeda junto a la pileta, tal vez allí la temperatura descendiera al menos unos tres grados

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

El pequeño caniche de la familia Aimar escarbó en la tierra húmeda junto a la pileta, tal vez allí la temperatura descendiera al menos unos tres grados. El sol ya había abandonado su punto más alto en el acendrado cielo. Las hormigas rojas del patio marchaban en una larga procesión con el cadáver de un escarabajo a cuestas; y la luz era nuevamente reconectada en el tres ochenta y dos de la Miguel Cané.

Pablo había perdido la noción del tiempo tirado en el piso de su habitación junto a su cama. El calor encerrado allí era casi insoportable, pero más asfixiante sería volver a ver el rostro de Lionel. Aunque aquello de sostener su cintura haya sido una simple broma, su corazón había saltado justo en medio de su pecho. De tan solo recordarlo, sus mejillas volvían a colorearse de un furioso bermellón.

Una hora más tarde, apagó su ventilador Atma para escuchar cómo sus viejos se despedían de Scaloni. Luego se asomó por su ventana, sin mover las cortinas traslúcidas que ocultaban su presencia, para ver a Lionel salir. Pero, a pesar de haber escuchado la puerta principal cerrarse, no vio a nadie cruzar el pequeño camino de piedra caliza que dirigía hacia las rejas negras de afuera. Mordió su labio inferior algo decepcionado, suponiendo que se retiró antes de lo que había calculado por los sonidos que llegaban hasta su cuarto.

—Che, te veo por la luz de la tele —enunció un acento santafecino que reconoció de inmediato. Sobresaltado, corrió la cortinas para encontrarse con Lionel parado al otro lado—. Hola... —lo saludó con prudencia—. Seguro que todavía estás enojado, pero te juro que fue una joda. No quiero estar así mal con vos. Me vas a tener en tu casa seguido, no da que estemos peleando por una boludez así —argumentó con una expresión de verdadero arrepentimiento, aunque Pablo se sentía algo molesto con la insistencia de que aquello no había sido más que un mal chiste, y no alguna reacción natural del calor del momento.

¿Calor del momento? Repitió Aimar mentalmente. ¿Estaba deseando que su vida fuera como una novela colombiana? No, dios, no puedo llegar tan bajo, este nivel de trolo no debería estar permitido. Continuaba pensando sin darle una respuesta al muchacho que esperaba por alguna respuesta suya.

—¿Y? ¿Estamos bien? —repitió secando el sudor de su cuello. Aimar tragó saliva al verlo de aquella manera. Repentinamente recordaba cómo horas antes sus manos se habían humedecido con la transpiración de su pecho.

—Si, no me encerré porque estaba enojado con vos, me dormí, solo fue eso —mintió cerrando nuevamente sus cortinas. Prendió el ventilador otra vez, y Lionel se retiró aún algo dubitativo. Pablo se tiró sobre su cama. Inhaló todo el aire que le permitieron sus pulmones y luego lo dejó escapar en un muy prolongado suspiro viendo las últimos haces de luz colarse por su ventana.

Sus manos se pusieron algo inquietas sobre su torso mientras miraba la pintura descascarada de su techo. Jugaba con sus dedos a tocar un piano imaginario sobre sus costillas. La imagen de su mano sobre los rizados vellos oscuros del pecho de Lionel se continuaba repitiendo en su cabeza como el celuloide de una película muda. Su siniestra, lentamente, abandonó ese solo de piano para bajar hasta rozar el cierre de su pantalón. Mojó sus labios con la punta de su lengua y con su diestra corrió algunos cabellos ondulados que se habían pegado sobre su frente.

Enero del 96 (Ex Pibe del 382 - Scaimar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora