Un velo húmedo cubrió el césped de la plaza junto al club. Los ladridos de una jauría de perros se oyeron a la distancia. El viento comenzó a soplar con una timidez excepcional y la temperatura descendió considerablemente. "Córdoba", pensó el muchacho alto de dieciocho años sentado en un banco de concreto tratando de prender un cigarrillo. En Santa Fe el verano rara vez daba tregua, y la humedad era cada vez más insoportable. Pero en aquella ciudad, hasta en el día más caluroso, la oscuridad encontraba su rol antagónico. No procuraba ser una extensión de lo anterior, sino de marcar su particularidad sin siquiera reparar en aquellos individuos que se lamentarían por salir sin abrigo.
¿Cómo ser la noche? ¿Cómo ignorar las consecuencias de expresar su particularidad?
El pecho se le oprimió, otra vez esa horrible sensación de estar cayendo en el fondo de un pileta olímpica, donde sus brazos inútilmente luchaban por llegar a la superficie. "Como si finalmente supieras del engaño y en el fondo también vieras la cubierta del cielo", parafraseo entre murmullos el final de ese poema esloveno que alguna vez escuchó recitar a un profesor de Literatura a sus dieciséis años. ¿Qué mierda significa eso? Se preguntó en voz alta exhalando el humo de su cigarrillo.
—¿Qué cosa? —inquirió Pablo sentándose a su lado con un plato de sanguches de miga y otro de papitas saladas.
—Nada, un poema de un país que no sé ni dónde queda —respondió tomando el plato de papitas saladas—. Che, ¿y Riquelme te dejó llevarte todo esto? —le cuestionó antes de llevarse unas frituras a la boca.
—Qué sé yo, él estaba distraído y me los afané —contestó tomando el único sanguche de verdura del platito de plástico rojo, el cual dejó entre medio de ellos dos sobre el banco en el que se encontraban sentados.
Scaloni apagó su cigarrillo y continúo llevando aquellas crocantes papitas a su boca. Aimar le demandó que dejara algunas para él también, pero Lio le reclamó por comerse el único sanguchito de verduras. Angurriento, le dijo tratando de quitarle un pedazo del sanguche, pero Pablo se resistió porque no había nada que pudiera gustarle más que los sanguches de miga de jamón, queso, tomate, lechuga y huevo duro. Pero, a tal negativa, Lio tomó la pequeña fuente transparente de plástico llena de papitas saladas y se fue corriendo hacia las hamacas del parque que se encontraban enmarcadas por un extravagante triángulo de concreto.
—¡No, dame las papitas! —exclamó un Aimar con el ceño fruncido llevando consigo el plato de sanguches de miga—. Acá tenes estos de jamón y queso, no seas caprichoso, había uno solo de verdura —le dijo con sus labios abultados en mohín infantil que casi hace atragantar a Scaloni con las frituras.
—¡Bueno, toma! —gritó casi como un desahogo—. Te la perdono esta vez porque sos nuevo en el barrio —agregó derrotado, acercándo la fuente de papitas hacia su cuerpo cuando se sentó en la hamaca contigua.
Scaloni tomó uno de los sanguches de miga de jamón y queso y comenzó a comerlo a pequeños pedazos que tomaba con su diestra mientras mecía levemente su columpio amarillo. Aimar negó con su cabeza aún irritado por la pequeña pelea con Lionel, pero con llevarse un puñado de papitas saladas a la boca y morfar otro sanguchito de miga, ya volvía a encontrarse de buen humor. Una pequeña sonrisa asaltó sus labios y clavó su mirada en su acompañante que frunció el ceño al sentirse observado.
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Enero del 96 (Ex Pibe del 382 - Scaimar)
FanfictionEl verano cordobés arde sobre el pavimento seco, y una nueva familia se muda al 382 de la Miguel Cané. El primero en recibirlos será Lionel Scaloni, el hijo del sodero, quien tiene que asegurar los nuevos clientes de la cuadra para el negocio famili...