Parte 3: Culpa

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Sumida en un profundo estado de aturdimiento, su mente trataba de procesar sin éxito lo que acontecía a su alrededor. Su mirada turbia apenas vislumbraba la figura que se mecía bruscamente sobre él, magullando su cuerpo contra el frío asfalto y sonsacándole débiles quejidos que eran sofocados por una boca hambrienta y feroz, la cual gemía de deseo contra sus hinchados y maltratados labios. Los dedos de su atacante se hincaban en sus trémulas nalgas, apretándolas, sobándolas y, ocasionalmente, palmeándolas con fuerza, provocando que el joven se removiera y forcejeara con sus escasas energías. La erección que palpitaba entre las piernas de aquel individuo punzaba su vientre con cada movimiento, haciéndole gruñir de pura frustración. Lo único que podía afirmar sin asomo de duda, era que se trataba de un macho beta, ya que no emitía feromonas de ninguna clase.

—Basta... Déja...me —exigió la voz aletargada de un angustiado Mikey. Sin contestarle, su agresor volvió a restregarse contra él, haciéndole agitar sus extremidades con inusitado vigor—. ¡Suéltame, hijo de puta! —rugió, imponiéndose a la droga que le había sido administrada contra su voluntad y que entorpecía sus funciones. Pero, por más que luchaba por apartarle de su cuerpo, la debilidad presente en sus brazos y piernas frustraba cada uno de sus intentos—. ¡Quita de encima, joder!

—Tranquilo —musitó el aludido, apresando las muñecas del omega con una sola mano y hundiendo el rostro en el costado derecho de su cuello—. Será rápido... Estoy a punto de correrme... —confesó, deslizando la lengua por la erizada piel de la zona. Mikey contrajo las facciones en una mueca de repulsión, y alzó las caderas en un vano intento de alejar a su agresor—. Quieto. No me obligues a hacerte daño —advirtió. Después, reforzó el agarre sobre las muñecas del otro joven al tiempo que succionaba sus pezones con gula.

—Te voy a matar —gruñó Mikey, todavía resistiéndose, aunque su cuerpo se negaba a responder de la forma que deseaba.

Maldijo su suerte, y deseó tener la facultad de revertir el tiempo y enmendar sus errores. Horas antes, había estampado su puño en el rostro de Draken tras haberle sorprendido junto a Mitsuya en su taller. Malinterpretó su cercanía y el tono íntimo de sus voces, y simplemente dejó que su impulso rabioso le dominara. Un craso error que derivó en un estallido de furia por parte del alfa y en su expulsión inmediata del taller. Pese a que trató de disculparse reiteradas veces, Draken se negó a escucharle en todas y cada una de ellas. Al parecer, había colmado su paciencia. Cuando se personó en la casa del otro joven y éste le arrastró por un brazo hasta la salida, desistió por fin y echó a andar sin un rumbo fijo. Jamás habría pisado aquel antro infestado de borrachos y degenerados por su propia voluntad. La ira le había conducido hasta allí. De haber avanzado tan solo un par de calles más habría llegado a su hogar. Sin embargo, enclaustrarse en esas cuatro paredes y yacer a solas con sus pensamientos no era la mejor opción en su estado. No desde su punto de vista. Necesitaba mantener la mente ocupada, aunque fuera en vaciar jarras descomunales de cerveza barata. No sabría decir en qué momento ocurrió. Apartó la vista de la barra durante un minuto. Sesenta míseros segundos que su agresor aprovechó para verter un potente sedante en su bebida. Y allí estaba, en un callejón sombrío y aislado, y a merced de alguien a quien jamás podría identificar.

«Mierda. ¡Mierda, mierda, mierda...!» se lamentó Mikey, reacio a dejarse hacer. Cuando alzó la rodilla izquierda y aplastó la entrepierna de su agresor, éste aulló de dolor y, asiéndole la melena, estrelló su cabeza contra el rugoso suelo, aplacándole definitivamente. «No te desmayes... Mantén los ojos abiertos» se dijo, luchando por mantenerse consciente pese a la brutalidad del golpe.

Como si hubiera leído sus pensamientos, el otro joven repitió la acción, logrando su objetivo. Lo último que Mikey sintió, fue cómo ese individuo se acomodaba entre sus piernas y le rozaba la estrecha abertura del ano con la cabeza de su grueso falo. Cuando despertó, no había una sola región en su cuerpo que no le doliese. Reparó en que no había heridas abiertas y tampoco fluidos ni dentro ni fuera de él. Tan solo pequeñas raspaduras en su espalda debido al constante roce con el asfalto, y marcas de dedos en sus muslos y muñecas. Aquel bastardo violador había sido cuidadoso. Gimiendo en voz baja, se incorporó con lentitud y recogió la ropa esparcida a su alrededor entre violentos temblores. Agradeció para sus adentros que el sol no hubiera salido aún, y tambaleándose, se encaminó hacia el único lugar donde podría sentirse amparado en esos momentos.

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