Bruce Banner no podía dormir. Mañana sería un día complicado, pues su hija Kate tendría su primer acto del jardín de niños. Una absurda coreografía que tantos días se había esforzado por ensayar y perfeccionar hasta que le saliera impecable.
La niña apenas tenía 5 años y una energía abrumadora.
El científico no quería ni pensar sobre qué sucedería si ella fallaba. ¿Le destrozaría el autoestima? ¿la confianza en si misma? ¿los demás niños se burlarían de ella a nivel de que desease cambiar de escuela o, peor, de país y continente?
Quizá estaba exagerando la situación. Una situación que, por cierto, todavía ni siquiera había ocurrido. Cuanto deseaba que no ocurriese.
Un torpe beso lo sacó de su remolino de pensamientos. Bruce sonrió.
A su lado se encontraba su esposo y padre de su hija, Clint Barton, luchando tontamente contra las mantas mientras se esforzaba por liberarse de estas y así poder alcanzar al pelinegro.
—Lo estas haciendo nuevamente —acusó el rubio con voz ronca, digno de quien apenas va despertando. Una vez liberado se aferró a la cintura contraria —te conseguiré un Oscar por las peliculas que te inventas sobre nuestra hija.
—Yo... solo estaba pensando —se defendió el susodicho, incapaz de ocultar el sonrojo en su rostro por haber sido tan fácil de leer —¿y si ella falla? practicó demasiado y...
—Si lleva mi apellido, entonces no fallará. No esta en sus genes —alardeó con sorna, trazando patrones extraños en la piel contraria —y si lleva tu apellido, entonces será lo suficientemente inteligente como para saber cómo actuar en caso de que las cosas salgan de su control.
—¿Y si le da pánico escénico?
—Basta Banner... ella estará bien. Si te centras mucho en el futuro, entonces te perderás el presente.
—Me gusta estar preparado...
—Cállate Brucie. Solo apaga tu cerebro, deja de sobrepensar y duérmete. ¿Okay?
—Eso fue grosero.
—Dije que dejes de pensar... shhh.... duerme ya o haré que Lucky venga y te asfixie con su trasero.
El científico soltó una carcajada, apenas ahogada por la mano de su esposo contra su boca. Asintió demostrando que estaba calmado.
—¿Y cómo sería eso?
—Haré que se siente sobre tu rostro, se que ahoga porque ya me lo ha hecho a mi antes...
Banner volvió a reír. Clint sonrió.
—Vamos a dormir, pajaro.
—Vamos a dormir, esposo del pajaro.
Banner negó con una sonrisa divertida. Clint finalmente se soltó de él, plantando un beso sobre su frente para luego arroparlo correctamente. Al cabo de unos minutos volteó de lado, llevándose todas las mantas con él.
Para nadie era novedad el defecto del arquero sobre acaparar las cobijas. Bruce rió por lo bajo. Salió de la cama, únicamente para dar la vuelta y acostarse frente al más alto. Lo tomó por el brazo, forzándolo para que lo abrazará. Podría sonar extraño pero sentir la respiración de Barton contra su nuca realmente lograba relajarlo más que cualquier taza de té.
Durante sus últimos minutos, antes de caer profundamente dormido, pudo sentir al rubio enredando sus piernas con las suyas y pegándose todavía más a él.
Bruce reemplazó las incógnitas negativas, acerca del futuro de su hija, y se durmió con el pensamiento de cuánto amaba a su esposo. Aquella era una pregunta realmente difícil de responder pues, creía, no existían proporciones para siquiera empezar a plantearla.