Capítulo 8

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Uno, dos, tres tonos... Y nada.

Jung-Su estaba sentado frente a las puertas de cristal de la terraza, justo en el mismo sitio en el que había encontrado a Dong-Sun llorando un par de noches antes del fatídico incidente con Rob.

Él jamás había llamado al celular de su espos desde que se habían casado, pero había recibido un mensaje anónimo con una foto de su esposo subiendo a su auto con una mujer. No era idiota, sabía que a esas alturas no tenía cara para exigir nada de él, pero no había podido luchar contra esa fuerza en su interior que quería romperle el cuello a la tipa en cuestión.

Después de seis tonos, la llamada saltó al buzón y él colgó. No tenía ni la menor idea de lo que estaba haciendo. Su padre le había llamado aquella mañana y cuando Jung-Su le había confesado cómo se sentía respecto a la reciente indiferencia de su marido, él le había dicho que no se preocupara, que se trataba de su costumbre de recibir toda la atención como siempre, pero que podía buscar a alguien más para que satisfacer eso.

No se justificaba a sí mismo, pero con ese padre y esos consejos, podía ver por qué estaba tan empecinado en autosabotearse todo el tiempo. Al viejo sólo le interesaba tener dinero para apostar y no preocuparse por deberle a nadie si perdía, de ahí en fuera estaba absolutamente muerto por dentro.

Eso sonaba muy familiar.

Indeciso de si volver a llamar o no, presionó al final de nuevo el nombre de su esposo en la pantalla y la llamada comenzó a dar tono. De nuevo pasaron cinco o seis tonos y luego el buzón.

No estaba lloviendo afuera, pero el paisaje de la noche era tan melancólico como si lo estuviera. La lluvia siempre había dado la impresión a Jung-Su de un día triste, tal vez porque las gotas resbalando en cualquier superficie parecían lágrimas, o tal vez porque el único recuerdo que tenía de su madre era de un día lluvioso.

Fue sorpresivo para él evocar ese recuerdo en ese momento. Con el tiempo había aprendido muy bien a enviarlo al fondo de lo inaccesible como todo lo demás, pero a sus diecinueve años tal vez era momento de hacer preguntas, ya no era un niño que se podía conformar con una sola cara de la historia.

No era agradable pensar en ello, por algo lo tenía tan fieramente guardado; sin embargo, a la luz de los nuevos acontecimientos de su vida y la forma en la que la realidad pronto se podía tornar difusa, creía que bien podía ser distinta la versión de los hechos más allá de lo que su padre siempre le había dicho. De cualquier modo, pensar en su familia no podía apartarlo del pensamiento constante de su esposo. No iba a mentir, era peor que tener una enfermedad terminal, al menos con ella sabría que moriría; pero tener el pensamiento incesante acerca de su matrimonio, era como nadar en el medio del océano. No había a la vista nada que le indicara qué sucedería, si encontraría tierra o tendría que seguir nadando.

¿En qué momento se había roto su escudo?

La lucha interna entre mandar todo al demonio y seguir llamando a Dong-Sun hasta que respondiera el teléfono, parecía como la lucha del siglo entre el bien y el mal. ¿Quién iba a ayudarlo a saber lo que era mejor? Era demasiado joven para pensar en cosas serias, demasiado joven incluso para comerse al mundo como tanto había querido.

Y por primera vez en toda su vida —o al menos en lo que recordaba—, se sintió como un niño indefenso. Un niño que necesita que alguien le sobe la rodilla porque se ha caído, o alguien que le ponga una bandita en el dedo porque se ha cortado. Todo lo que él recordaba de su infancia partía de un solo día. Sus referencias acerca de lo que parecía importarle a las personas buenas estaba distorsionada. Él estaba en el bando que creía que era de los buenos.

Los buenos son los malos, ellos son más peligrosos porque no sabes qué esperar. Crees que estás a salvo porque son dulces y te hacen sentir especial, pero un día de la nada, te hieren y se van.

In Repair © [BL]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora