Durmiendo con él

22 2 0
                                    

Volteé mi rostro para verlo. No podía creerlo, estábamos juntos. Y lo amaba: a él y estar a su lado. Dormía. Su respiración era rápida. Su cuerpo estaba caliente. Acaricié su silueta con mis manos. Besé sus brazos y rocé su espalda con mis labios. Puse mi rostro sobre el suyo y me quede ahí, sintiéndolo, deseándolo, amándolo.

Amanecí junto a él, cerca suyo. Al rato se levantó y se vistió, de uniforme. Me besó en el rostro y ya en la puerta me dirigió una dulce mirada, de esas que dicen "te voy a extrañar mi amor." No se había ido aun y ya lo necesitaba. Di vueltas en la cama. Lo llamé, pero no me escuchó. A veces mi mente grita muy alto pero el grito se queda atrapado en el desesperado intento de mi garganta por ahogarlo.

Entonces se fue. De nuevo. Como siempre lo hace. De hecho, nunca estuvo. Sigue siendo su recuerdo doloroso, su fantasma, el deseo de verlo otra vez. Él ya no está. No estará. Nunca más. Pero lo amo. Con la vida. Pero a ella más, a esa que él todos los días llena de plomo, de gases, de destrucción, de miedo. A esa que él destruye es a quien más amo. Ella está primero que todo. El ya no es nada. No puede serlo. No quiero que lo sea.

Aprendí a vivir con tantos dolores en mi cuerpo y en mi alma, que haberme enamorado de un militar del ejército contra el cual lucho todos los días desde la guerrilla, ya no duele. Ya no lo siento a mi lado. Ya no lo necesito. Ya no lo llamo. Ya no...

Están bombardeando al lado mío. Tengo que reincorporarme a la tropa. Tengo mi fusil listo. El enemigo ya lo tengo en la mirilla, solo tengo que disparar. Sí, apretar el gatillo y darle a ese hombre que, que.... Que es él. "Y cuando aparezca frente a la mirilla el cuerpo gris del enemigo, piensa en los que amas y dispara." Dispara.

Ya no lo amo.

Escribiendo-meDonde viven las historias. Descúbrelo ahora