⠀⠀⠀⠀ii. la hummer y el camaro.

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perséfoneen algún lugar de la ciudad de culiacán rosales, sinaloa, méxico.

fue un sábado a mediodía cuando decidió desobedecer a sus hermanos o más específicamente a vicente, quien fue el que dió la estricta orden de mantenerla en casa a las afueras de la ciudad. las cosas estaban calientes, fue lo que dijeron, sin embargo eso no era un impedimento para que saliera a comer a un lindo restaurante, ¿o sí? esperaba que no.

sabía muy bien a lo que se referían con aquellas palabras, no era un misterio que ambos eran pieza clave para el cartel, o como les encantaba llamarlo, la empresa. lo que no lograba entender es el por qué la escondían tanto, llevaba un gran apellido que hacía pesar su espalda, pero no tenía nada que ver con eso. su nombre estaba limpio ante el gobierno y la sociedad, y es que así era. ser zambada era lo único que podía vincularla con aquella organización.

tampoco era tonta, bajar a culiacán era su hábito favorito; perderse entre las calles del centro, pasearse por el fórum o simplemente subir a la lomita a degustar un increíble esquite era algo que, siendo sincera, realizaba al menos una vez a la semana y nunca iba sola. podía ser una niña rebelde, como vicente solía llamarla, pero jamás los pondría en peligro.

poncho y el werito estaban ahí para cuidar su integridad, respondían con su vida si eso fuese necesario. habían demostrado cariño y lo más importante, lealtad a la familia zambada. y aunque ambos habían intentado persuadir a la menor para mantenerse lo más alejada de culiacán, órdenes eran órdenes y ellos estaban al mando de perséfone zambada.

el día transcurría normal. salían del panamá entre risas y bromas, los tres mantenían una buena relación, aunque poncho siempre fue un poco más serio.

- vamos, poncho. ¿uste' acaso no sonríe o qué? - preguntó el werito.

- estamos trabajando, mijo. uno no debe distraerse tanto, menos cuando cuida de la princesa de don mayo. - explicó.

- tiene razón pue' pero una sonrisita de vez en cuando no la caería mal, compa.

- ya, wero. deja en paz a mi padrino don poncho.. - bromeó la ojiverde, abrazando al hombre regordete.

- nombre, chamaca, nomás no ande diciendo eso frente a don joaquín que luego no la cuento.

- mi padrino es un amorcito, poncho. - respondió con simpleza mientras subía a su hummer ev, que para pertenecer a una persona a la cual la mayoría del tiempo le gustaba pasar desapercibida, su color amarillo resaltaba en la ciudad.

no siempre se veían autos tan lujosos y menos con colores tan llamativos como esos.

una hummer amarilla se veía pasear por las calles de culiacán, siendo seguida por una ford lobo raptor en color azul y un clásico land rover defender en blanco.

𝘰𝘯𝘦 𝘴𝘩𝘰𝘵𝘴 𖹭⁩ 𝙞𝙖𝙜𝙨.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora