Diecisiete de septiembre de 1996:
Había salido aquel día a dar un paseo bajo la lluvia, las gotas caían y caían con rapidez, logrando empaparme cada vez más, y no sé si fue el frio que me entumecía la cara, se colaba en mis huesos y me daba esa sensación de alivio, como una gota de agua luego de estar mucho tiempo en sequía, el que me hizo recordar que estaba vivo.
Porque fue en ese momento cuando bajo la lluvia alce mi cara para mirar al cielo, que me hizo ver que de alguna manera yo seguía aquí, vivo y aunque no lo quisiera sintiendo, porque aún con todo el dolor que aún cargaba era ese el mismo que me recordaba cada día al despertar que yo seguía aquí, y que por más que no lo quisiera tenia que seguir, tenia que seguir por mi y por el recuerdo de ellas que siempre me recordaría que algún día lo tuve todo y fui plenamente feliz, ese recuerdo que aún albergaba como el más puro en mi corazón. Pero también sabia que seguir no significaba superar, no para mi, no cuando ya había aceptado el hecho de que mi corazón no volvería a amar, y que si lo hiciese yo me negaría a volver a hacerlo.
Porque no solo era la culpa, era que yo ya no lo merecía, no merecía ser amado de nuevo cuando había manchado mis manos de sangre, cuando de alguna manera había ensuciado mi ser y mi alma con una rabia insaciable que antes no conocía, no merecía ser amado cuando me había convertido en un monstruo que siendo consciente de los errores que cometía no se arrepentía de ellos, porque sabia que estaba mal matar pero no me arrepentía si era para de alguna manera redimir los errores que me habían costado todo y de los que sí que me arrepentía y lo seguiría haciendo hasta el día en que mi vida acabase.
Yo ya no merecía amar y ser amado, no cuando no pude proteger a quienes había amado tanto y tanto me habían amado.