CAPÍTULO 1

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Otro día comenzó, pero no es diferente a los demás en realidad, es como el mismo día repitiéndose en un bucle. Nada parece cambiar aquí... El mismo yo, la misma casa, y el mismo frío en mi cuerpo. Eso debería cambiar dentro de poco, porque los rayos del sol se acercarían por mi ventana de forma tímida, atravesarían mi negro pelaje para inyectarme un cálido deseo de respirar. Solo por la mañana en la ventana de la sala es posible calentarme, dada la disposición de la casa de mi mamá... pero... ah...mi mamá... ella siempre está durmiendo, supongo que desde el principio se dio cuenta que ella no es un gato como yo, por eso la sentí ausente desde aquella vez que llegué a su casa.

Su nombre es Sara, ella llena mi plato de croquetas de vez en cuando y me habla de lo mucho que le duele su divorcio, de lo estúpido que fue su esposo y de lo poco que vale su vida. Hoy vi como sobresalían aún más las ojeras de sus ojos rojos, aunque, llevaba días sin llorar. Yo pensé que podía hacer algo para que se animara un poco, así que me dirigí hacia ella para ronronear en su vientre. De vez en cuando trataba de sanar su corazón sin saber que ya se había convertido en carbón. Me daba la sensación de que no me quería a su lado, pero tampoco quiere que me vaya, eso lo sé porque desde que llegué cierra las puertas y las ventanas fuertemente. A tal punto que la basura de todo el suelo adquirió un agrio perfume concentrado en mi nariz sin ventilar. Así que me fui.

Ya casi era hora... un rato en mi ventana... un soleado día de invierno, solo queda estirar mis patitas para aprovechar un calor temporal. Pasaban las horas sin hacer nada, solo disfrutando. Mi mamá debería venir a tomar el sol también y dejar de convertir lágrimas en piedras. Ella me miró inexpresiva desde arriba en las escaleras, mientras la veía yo me preguntaba ¿Por qué los humanos no tomaban el sol también? Con soledad y tristeza en la esencia de Sara, sentí que en ese momento ella también se lo preguntaba.

Las horas se convertían en segundos que caían como la arena de un reloj, llegaba la noche tan fría como siempre... fría, pero con estrellas brillando en el cielo de un bosque rural. Sara se acercó a la ventana conmigo para sentir la soledad que se filtraba por sus poros, me sentía vacío a su lado y, aun así, en mi mente solo existía mi mamá. Y ¿Dónde estaba yo?, no tengo idea... ya que mi existencia se había fundido con este ambiente asqueroso, yo era la casa y mi madre.

Cerca de la media noche, el entorno se preparaba para recibir la presencia una madrugada helada. De forma egoísta fui a buscar la cama de mi mamá, pero ella me interceptó en la puerta de su cuarto, me acarició cariñosamente en la espalda, lo cual me pareció raro y reconfortante, como un manta en la nieve. Con esa acción creí que todo mejoraría en verdad y que uno podía sanar el alma del otro, si se pasaba el tiempo suficiente juntos.

Parecía que estaba llorando, pero, en la oscuridad se veía poco. Yo me acerqué a su cama para dormir mientras mi corazón revivía de a poco, sin percatarme que ella bajó por las escaleras hacia la cocina... No tardó mucho en oírse un fuerte sonido que generó un miedo desconcertante en mí, con los oídos lastimados bajé con prisa hasta el lugar. Alumbrado por la luz de la lámpara salté hacia la alfombra provocando que mi garrita se atorara entre sus hebras, como si algo me impidiera descender. Mientras bajaba las escaleras se oían ruidos extraños...pero no supe que pensar hasta que llegué a la cocina, donde de forma distorsionada, observé como el dolor abandonaba permanentemente el cuerpo de mi mamá, para ella ya no habría más tristeza, ni dolor ni frío... todo se desvanecía en su momentánea agonía. Me quedé a su lado empapándome en sangre, sin sospechar que algo se había fragmentado dentro de mí, no lloré, pero ahora desearía haberlo hecho, porque necesitaba alguna vía de alivio para el impacto que causó mi enfrentamiento reciente con la muerte verdadera. 

La mente de un gatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora