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Diciembre, 1929

Miedo. Soledad. Tristeza. La sensación de ir quedando estancado entre las emociones que torturan a cualquier ser humano poco a poco mientras su estúpido orgullo no es capaz de gritar por ayuda directamente y solo deja que la mente tome posesión de todo lo que pasa. Una sensación fuerte que desgarraba el corazón de esa chica que ahora estaba sola. No tenía conocimiento de qué era la vida. No sabía qué era ser independiente y trabajar. No sabía nada. Solamente existía y podía tener su mirada perdida en la pared o en el suelo, recordando que de ahora en adelante era ella contra el mundo.

—Querida —oyó de repente ella y alzó la mirada sin tantos ánimos—, no has comido casi nada desde ayer que viniste aquí —dijo Alastor mientras miraba el plato de comida de ella. No sabía cómo mantener su sonrisa por la tristeza que él miraba en esa chica.

Ambos estaban en el comedor de la cocina.

—No tengo hambre —murmuró, grave y desanimada, y llevó sus manos a su rostro, afligida, mientras miraba los libros de medicina que estaban en la mesa.

Alastor se acomodó en su asiento. No esperaba verla después de tantos años, ahora ella era una mujer más alta y linda, él siempre la recordó como una enana que le llegaba debajo del hombro y ahora le llegaba arriba del hombro. La tenía en su casa por mera cortesía después de haber leído el telegrama que ella le había mandado. Le estaba devolviendo la misma moneda al tener a su lado la hija de aquel doctor que, con cansancio y esfuerzo, cuidó de su madre en sus últimos momentos de vida. Ahora él era como su última salvación en el tormento de esa joven.

—¿Qué... qué puedo hacer yo, Al? —dijo, enojada, mientras la voz se le iba y su vista se ponía nublaba por amenazantes lágrimas—. Nunca seré lo que he querido ser y me tocará estar en un estúpido bar a sabiendas de que el alcohol es prohibido en el país... —y las lágrimas salieron de sus ojos—. En serio... Discúlpame por estar interrumpiendo tu comodidad... No soportaba estar sola ya y prácticamente tú eres mi único amigo... O el único con el que puedo tener contacto...

Alastor miró sus lágrimas. No sabía qué hacer con ella más que solamente ofrecerle compañía y miraba muy de lejos abrazarla para consolarla.

—El trabajo te ayudará a salir adelante, irás creciendo por tu cuenta en esta vida. Tu padre salió adelante así —dijo con algo de tranquilidad.

Ella se entristeció más.

—En... en serio —balbuceó—, no me quiero sentir de menos por ser mujer y menospreciarme por eso porque a mi papá no le gustaría, pero mi tío no quiere verme en una escuela médica y estudiar... Puedo saber todo lo que estos libros tienen, Alastor... Pero ¿y la práctica?... Mi papá era el que iba a ayudar en eso, ¡y solo mira cómo estoy! —soltó, desgarradamente, y comenzó a llorar más. 

—No es culpa tuya que el mundo esté lleno de tontos, sé que tienes potencial.

—No me sirve el maldito potencial si no tengo apoyo del hombre con el que comparto sangre y apellido —dijo entre dientes al recordar a su tío—. No tengo dinero para pagar una escuela y la economía se está yendo al carajo. No puedo estar sin hacer nada o él me echará a la calle y no podré estar siempre aquí, en Louisiana... Solo me ha estado diciendo «eres mujer y al menos servirás de algo mientras estás aquí, pero ni loco te pagaré una escuela».

—¡Y cosas maravillosas han pasado desde la caída de la bolsa de valores! —dijo al recordar cómo el comunicaba los suicidios que iban en incremento desde octubre y ella lo miró con intensidad, no podía estar de acuerdo con lo que él había dicho puesto a que el mero día de la caída de la bolsa su padre fue asaltado y asesinado.

❝B A R L A D Y❞ [HUSK x TÚ (OC)]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora