precipicio

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Llegué al lugar y llamé, no me quiso atender. Se lo pedí por favor, hasta que decidió hacerlo. Pasamos a la cocina donde ella tenía un desmadre porque se había puesto a arreglar un armario. La verdad es que, sin mí en una semana, ya había un desastre. 

Empezamos discutiendo normal y poco después comenzamos a gritarnos. Tal vez era la época y mi cansancio al maltrato, pero no me dejaría echar. Estaba muy enojada. Hasta que no se disculpara, no pensaba irme de ninguna manera.Sus gritos aumentaron, así como su rabia. Tomó mi brazo con fuerza y me empezó a arrastrar hasta la puerta, nuevamente. Me solté y la empujé, y como dos personas irracionales nosempezamos a golpear. Ella era el doble de grande que yo, y evidentemente, mucho más fuerte. Al ver que no me podía zafar, en mi desesperación, agarré un pequeño martillo de la mesa y le pegué en la cabeza.Pero eso solo hizo que fuera a peor. Sus ojos se ensancharon y me tomó del cuello y otra vez no me podía soltar, ni siquiera podía respirar. Ella tomó el martillo e hizo lo mismo que yo, me dio en la cabeza.Arriba de la mesa seguía brillando un cuchillo que ya había visto, pero que no quise tomar, hasta ese momento. 

Realmente fue inolvidable y me cuesta expresar lo que sentí, con palabras claras. El cuchillo se hundió en su piel, lo hice varias veces hasta que sentí su agarre en mi cuello, aflojarse, y automáticamente lo solté.Solo podía mirar anonadada la imagen de horror frente a mí, empecé a llorar al imaginarme mil cosas en ese momento. Ella solo se sentó y se miró, pero no dijo nada más, quería salir corriendo del miedo. Yo solo me acerqué a ella pidiéndole perdón entre sollozos.¿Qué hago? ¿Qué debo hacer? Le pregunté varias veces, pero no hablaba. 

Después de un rato, me dijo que quería agua. Seguí ahí sin saber qué hacer y le di agua. Las dos estábamos siendo irracionales.Cuando me dispuse a salir de ahí, ella me detuvo, me dijo que no quería que dijera nada. Se estaba dejando morir y yo no sabía qué hacer. Me pidió un almohadón y se acostó en el suelo, dijo que quería dormir. Me quedé con ella varias horas tratando de enmendar lo que había hecho. Ella lloraba y yo también lo hacía. Tenía mucho miedo de llamar a la policía. 

 Cuando sentí que ya no podía soportarlo más, me escapé y salí corriendo. En mi mente solo veía su imagen y en mi nariz, quedó impregnado el olor a su sangre. No sé por qué, hasta ahora no lo entiendo. ¿Por qué reaccioné así? Perdón si soy repetitiva, es que sigo sin entender, ¿por qué no me fui? ¿Por qué resultó de esa manera? Arruiné todo.

 Llegué a casa con la ropa manchada de sangre justo cuando estaban armando el arbolito de navidad para la noche. No podía hablar y mi pareja se asustó mucho, me preguntó varias veces qué me había pasado y yo como una cobarde, le mentí diciéndole que me habían robado.Lo abracé tan fuerte que sentí que le dejaba el alma. Sabía que después se enteraría y el amor que tanto me costó obtener de él, se iría para siempre.Llegó la tarde y nadie vino a buscarme, pero sabía que vendrían. Llegó la noche y le entró una llamada a mi suegra preguntando dónde estaba yo. Esa fue la confirmación de que todo había acabado. 

Me acompañaron a la comisaría, mi suegra y mi pareja. Nos separaron en cuartos diferentes, pero todavía los podía ver, aunque ellos a mí no. Cuando le dijeron a mi suegra qué había pasado, se dobló en dos y no dejaba de decir que se habían equivocado. Que yo era un amor de persona, que no podía ser. Yo lloraba desconsolada, me desgarraba su confianza en mí. Cuando me preguntaron qué pasó, di cada detalle y les aclaré que mi familia no tenía nada que ver con lo sucedido. Los liberaron. Dieron las doce y mientras me tenían sentada tomándome la declaración, cerca se escuchaban los festejos por noche buena. Yo solo pensaba en el dolor que había causado a quienes me apoyaban hasta ese momento. Me esposaron y me tuvieron sentada hasta las 7 de la mañana, en un banco, esperando a que me busquen a no sé qué futuro incierto.

 No dejaba de llorar y ya no podía ni respirar del dolor. Me ardían los ojos de tanto llorar.Cuando me trasladaron, me dijeron que quedaría en tránsito; un lugar para gente que todavía no tenía una condena fija y que podría estar varios meses allí. Como periodo de adaptación estaría aislada por 15 días, antes de poder tener comunicación familiar. Igualmente, a esa altura, sabía que nadie vendría con lo que había causado. 

Pasaron unos días y fue mi cumpleaños, cumplí 24. Después año nuevo, los policías que cuidaban ahí, iban y venían con su copa de sidra. Para ese entonces, yo creí que estaba muerta, no quería comer y solo dormía. Me despertaba solo cuando era la hora.Teníamos horarios, nos despertaban a las 7 y nos daban 15 minutos para ir al patio. Ahí teníamos que ir al baño, buscar agua caliente y fría, y cepillarnos los dientes. Teníamos que correr, no había consideración.Entrábamos a la celda y nos mantenían hasta las 12 del medio día, hora del almuerzo. Y aunque buscaba tomar poquito líquido, siempre terminaba corriendo al baño a esa hora. A veces no se lograba y más aún si eran personas mayores.La verdad es que en ese lugar pasé los primeros 3 meses más horribles.Después salíamos a las 6 de la tarde, y por último, a las 10 de la noche por la comida. Era la última salida, hasta el otro día. Nos apuraban para comer con cuchara, no había otros cubiertos. Nos gritaban desde la punta de la mesa que tratáramos rápido. Su filosofía era que, "mientras más mal te trataban, menos querrías volver".

 Las horas se hacían interminables sin nada en la celda. En las  camas, hablábamos de nuestras historias, siempre iban y venían las chicas. Algunas estaban por robar ropa en las tiendas y se iban a los días. Y otras, como yo, esperábamos durante semanas y meses.

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