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Tres semanas luego de aquella "cita", y a una semana y media de su cumpleaños número Diecinueve, Gaia corría con todo lo que sus pies daban hasta el hospital más cercano que había en Siena.
Sus pulmones ardían y sus piernas quemaban, pero nada de eso lograría que se detenga, ni siquiera haber sido casi atropellada.

A ella le daba igual los insultos que recibía de las personas que empujaba, a ella solo le importaba el bienestar de Nico. El chico del cual había terminado por encariñarse enormemente, superando el término amistad.

Una vez ingresó al lugar, pidió con desespero el número de habitación en el que se encontraba él. Cuando tuvo el número salió disparada hacia el ascensor. "Planta tres, habitación 213" buscó una vez estuvo en dicho piso.

- ¡Abuela, abuelo! - Su voz se rompió cuando los observó. Sus cuerpos yacían bajo una sábana blanca, y sus rostros tenían una aterradora mueca de paz. ¿Era eso lo que querían? ¿Sentirse en paz para siempre? Gaia también lo quería, quería ir con ellos y volver a ser una familia normal. A la edad de catorce años, ella ya había experimentado cuatro pérdidas. Cuatro si no contaba a la de sus anteriores mascotas. No era normal que una adolescente estuviera tan acostumbrada a sentir a la muerte cerca.
Ella solo quería ser normal, costara lo que le costara, seguiría con su vida y le demostraría a la muerte que ella sería una mujer fuerte por su cuenta.

O eso era, hasta que varios meses después, le recetaron dos pastillas, de las cuáles desarrollaría una dependencia enorme. Los antidepresivos y los anticonvulsivos. En primera estancia serían dos píldoras de cada una al mes, luego se convertirían en dos antidepresivos y un anticonvulsivo a la semana, y ahora, se había transformado en una de cada al día.
Todo eso sin ver a su terapeuta durante meses.

Al llegar a la habitación, observó que fuera de esta se encontraba una mujer. Alta y delgada, elegante y refinada, así la describía Gaia.

- Disculpe, ¿Usted es la madrastra de Nico? - Preguntó con la garganta seca de tanto correr. La señora de mediana edad le dedicó una mirada, examinándola de arriba a abajo con rapidez.

- Sí, soy yo... Y tu debes ser la jovencita que tiene como adolescente enamorado a mi hijastro. - Gaia se hubiera sonrojado fuertemente, de no ser por la circunstancia en la que se encontraban.

- Soy Gaia, un gusto. - Afirmó, para luego continuar hablando con seguridad. No iba a dejar que aquella mujer la intimidara. - ¿Sabe qué le sucedió y cómo se encuentra? - Pronunció sin dejar de ver por la ventana de la habitación, donde al chico parecían hacerle diversos estudios y chequeos.

- Vivianne Tozzi, el gusto es mío. - Correspondió al saludo cortésmente, algo que sorprendió a la más joven. - Volvía de visitar a sus padres, y un conductor alcoholizado, o mejor dicho un insensato y estúpido, cruzó la calle con el semáforo a favor del peatón... Lo arrolló, pero los doctores dicen que podría haber causado su muerte instantáneamente, dijeron que tuvo un choque de suerte. - La señora no parecía ser un monstruo como Nico decía, incluso en el fondo parecía algo preocupada. - Lo sometieron a resonancias y a radiografías, tiene algunos huesos rotos, pero como dije, su ángel de la guarda se aseguró de que siguiera viviendo. - El corazón de Gaia dolió. ¿Había vuelto aquella maldición? ¿El destino volvería a atormentarla? Siempre era lo mismo, un accidente automovilístico, siempre tenía que ver con un auto.

Sus padres habían muerto por culpa de un choque, sus abuelos por unos frenos no funcionales, su mejor amiga porque un auto se había subido a la acera y la había arrollado, y ahora temía por Nico.

Se sentía completamente culpable, sino hubiera desarrollado sentimientos por él quizás ahora se encontraría en perfecto estado, y no entubado en una camilla de hospital, luchando por sobrevivir.

- Jovencita, crié a Nico desde que tiene doce años, él es el chico más fuerte que jamás había tenido el placer de conocer. Perdió a sus padres y a su hermana por un infeliz drogado que le robó sus pertenencias y su vida, él se culpó por no haber estado con ellos. Traté por años de hacerle saber que no era su culpa, Nic no tenía la culpa de estar de campamento... Pero nunca lo logré, cursó el resto de la preparatoria en casa, y ahora estaba haciendo lo mismo con la universidad, me preocupaba que no saliera de casa casi nunca, hasta que comenzó a avisarme que saldría con una amiga, así casi todos los días... Ya no tenía ese rostro amargo y frío que tuvo durante casi siete años, cuando sus únicos amigos venían a casa, lo escuchaba murmurar sobre que había conocido a una chica, que le transmitía la misma calidez que su familia cuando estaban vivos. - A este punto, las lágrimas desbordaban los ojos de almendra que Gaia tenía. Sabía perfectamente su pasado, a igual que él sabía el suyo y sobre su maldición, pero ¿Ella había cambiado para bien a Nico? - Jovencita, tenga por seguro que Nico saldrá de esta, porque lo conozco y sé lo terco que es como para morir de aquella forma... Seguramente volverá solo para insultar a aquél conductor. - Una mueca melancólica abarcó casi todo el rostro de la mujer, mientras suspiraba con tristeza. Se notaba que incluso ella quería creerse aquellas palabras.

- Gracias por las palabras, señora Vivianne, usted también tenga por seguro que Nic estará con nosotras en poco tiempo, incluso pocas horas. - Con determinación, Gaia también trataba de creerse sus propias palabras. Pero su corazón marchito le hacía pensar en lo peor. En la cantidad de veces que había pisado un hospital, y la cantidad de veces que había recibido malas noticias.

 En la cantidad de veces que había pisado un hospital, y la cantidad de veces que había recibido malas noticias

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- Conociste a este chico, Nico, pero me dijiste que él ahora está internado. - Su terapeuta la había llamado unos días después de lo que sucedió con él, solo para tener un chequeo anual de Gaia. - Dices que habías creído romper la maldición al salvarlo de su intento de suicidio, pero ahora ya no sabes que creer. - La joven asintió a todo lo que dijo la mujer mayor.

- Enserio creí que se había roto, nos conocimos hace casi dos meses, no sé porque ahora se fue todo a la basura. - Agradecía internamente el todavía no haber comenzado a llorar, pues no quería ser recetada con más pastillas. - Ahora él está entubado a un aparato por mi culpa, ¿Enserio mi única alternativa de vida es alejarme de él? - Su plan fracasó, y pronto comenzó a sollozar a gran volumen. Un llanto que parecía casi desgarrar su garganta y alma.
Lloró hasta no dar abasto, hasta que se desplomó sobre el sillón del consultorio. Los ataques post-traumáticos de Gaia la llevaban a ese punto, a llorar hasta agotar todas sus fuerzas y dormirse.

Al volver a casa, en su mano se encontraba una pequeña bolsita, que dentro tenía otros dos frascos de pastillas. Calmantes y ansiolíticos, nada nuevo, pero con distintos nombres y formas.

Se las habían recetado por sí acaso. Por si tenía uno de sus ataques y no estaba acompañada.

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▍  ' 𝄖𝐒𝐔𝐌𝐌𝐄𝐑𝐓𝐈𝐌𝐄 𝐒𝐀𝐃𝐍𝐄𝐒𝐒ㅤ❪ N. D'Angelo ❫ ★Where stories live. Discover now