Pasa un mujer.

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Pasa una mujer, con pasos apresurados y cabellera despeinada por aquella habitación que tuvo cuando era niña.

Despega aquellos stickers frutales que ya han perdido el olor a perfume, ordena los libros, guarda la ropa y acaricia a aquel bebote como si fuera la primera vez.

"¿A dónde va el tiempo, hija?" Piensa su madre, mientras anhela decirle que se quede una noche más, que todavía no tiene que crecer, que queda tiempo para un cuento más.

La escena se divide en dos, entre que aquella niña, ahora ya adulta dando un último adiós a su hogar y una madre con el corazón chiquito porque sabe que a partir de mañana almorzará todos los días sola.

Pasa una madre con lagrimitas en los ojos, atesorando entre sus manos el guardapolvo de su hija el primer día de clases en preescolar, saca y acaricia todos sus tesoros, desde un pañal del primer paquete que usó hasta la almohadita con olor a lavanda que tanto perfumó su ropa.

Sale a espiarla en puntas de pie para que no la oiga, espía por el orificio de la cerradura y allí la ve... a su niña, con el cabello cepillado jugando a la maestra por última vez, con su bebote en la mano.

Pasa por aquella blanca puerta con las maletas hechas los recuerdos de una niñez y de una adolescencia que jamás volverán a ser, pero que quedarán vivos en aquellas paredes.

Se sellan las memorias con un abrazo entre una madre y su niña, entre una mujer y otra mujer.

Relatos a NadieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora