El otro lado del espejo.

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Su alma triste y perdida gritaba a los cuatro vientos por ayuda, todos los días pronunciaba un grito mudo de agonía.

Nadie lo escuchaba, porque nadie la veía.
¿A quién? A aquella chica de ojos marrones que tenía todo para ser feliz. Familia, amigos, aventuras, beneficios, todo.

El mirarse al espejo le aterraba, que era lo que veía no sabía, estaba claro que no era una persona quizá un monstruo con disfraz de humano que vestía el cuerpo más feo que se puedan imaginar. No importara lo que hiciera, si se peinaba, arreglaba o maquillaba nada funcionaba.

Era fea, eso le molestaba, su cuerpo por sobretodo. Tenía que pensar muy bien que ponerse pues los rasguños del monstruo por la noche aparecían radiantes a la mañana siguiente. Estaba harta de fingir la sonrisa, de poner excusas ante los nuevos colores en su cuerpo.

Ya se había hecho costumbre sus gritos a la madrugada, su cama sumergida por el mar de lágrimas y su monstruo acariciando su mejilla. Se llevaban bien en la oscuridad de la noche, donde todo es más tranquilo, donde el silencio abrumador es opacado por la fuerte voz que le Recomendaba un descanso eterno al lado de la cómoda oscuridad.

Parecía estúpido, pero negaba irse  a descansar sin haber sido amada una sola vez,  pero a su vez ¿Quién llegaría amarla en ese estado?
Rota.

Odiaba que nadie se diera cuenta, ¿No la escuchaban? ¿No les parecía raro que la comida de su plato siempre estuviera llena?
A decir verdad no era odio lo que sentía, era tristeza. Sabía que todo el mundo tenía problemas incluso su vínculo más cercano, así que probamente nadie la notaba porque estaban metidos en su propia cabeza. No los culparía, jamás se atrevería a hacerlo.

Había un solo ser que la observaba, del otro lado del espejo quien corría a contenerla en un abrazo con sus peludos brazos afilados.
Muy dentro suyo sabía que estaba mal, que aquel monstruo no ocasionaba más que daño. Pero, era el único que la entendía. No la juzgaba si mentía, si se saltaba una comida o si ejercitaba día y noche hasta que caía al piso producto del agonizante dolor de cabeza.

Estaba cansada, consumida por la oscuridad que poco a poco le llegaba hasta los hombros. Debía salir o sumergirse en ella.

No todos sus días eran así, a veces se olvidaba por un rato mostrando una sonrisa verdadera. Su compañero volvía a visitarla con cada mirada al espejo, con cada pensamiento invasivo.

¿Por qué no podía simplemente disfrutar y ser feliz?
Estaba cansada de tanta mentira, de tanta agonía, deseaba simplemente descansar, dejar que aquella bestia la gobierne por completo.
Lo único que la detenía era la breve luz de esperanza que había comenzado a titilar dando indicio de que la oscuridad absoluta se acercaba.

¿Qué iba a hacer?
No lo sabía, lo único que deseaba era que alguien la notara para así darle fin a la oscuridad.

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