ᴛʜᴇ ʟᴀꜱᴛ ʟᴇᴛᴛᴇʀ
💌Un mes después de aquel fatal y desgarrador suceso que tuvieron que pasar la familia y amigos de Jeon, nadie sonreía, nadie decía más allá de tres palabras, nadie tenía ánimo de siquiera comer algo, nadie tenía las fuerzas suficientes para levantarse de la cama tras haber estado hasta las tantas de la noche llorando.
La culpa, arrepentimiento, soledad, melancolía, y tristeza golpeaba sin piedad a cada uno de los que estuvieron presentes en el funeral de Jungkook.
Su madre lloraba desconsolada repitiendo una y otra vez que aquel día no debió salir de casa ni mucho menos haberlo dejado solo. Sus amigos trataron de ahogar los desgarradores sollozos que salían de sus gargantas por no haber podido verlo por última vez ni mucho menos despedirse, pero aquel esfuerzo fue en vano, no podían creer que uno de los suyos se había ido.
¿Y Jimin? Bueno, Jimin llevaba un mes llorando desconsoladamente abrazando cada noche una almohada, misma que usaba Jungkook cuando se quedaba en su casa, pidiéndole a la luna o a quien sea que lo estuviera escuchando para que lo trajeran de vuelta y que al despertar todo esto haya sido una broma de mal gusto.
Sin embargo, por más que duela hay que aceptar que la luna no puede hacer milagros, tampoco es mágica ni mucho menos una especie de bola de cristal mágica para conseguir deseos. Sólo debía aceptar la cruda realidad que le golpeaba cada día.
Su chico de sonrisa parecida a un tierno conejito no la podía ver más y debía aceptar eso. Debía aceptar que no lo volvería a escuchar ni ver nunca más reír, cantar, hablar, bailar, cocinar, hacer ejercicios, hacer sus tareas en conjunto e incluso pasear con Bam.
Debía aceptarlo aunque no lo quisiera, aunque no pudiera, aunque su corazón doliera.
No queriendo levantarse de su cama, lo hizo de todas maneras porque hoy prometió que iría a ver a la mamá de Jungkook para buscar algo que decía ser para él, pero que no alcanzó a recibir.
Su apariencia no importaba en estos momentos, sus ojos estaban tan hinchados que apenas se podían ver, las ojeras tornadas de un color oscuro solo demostraban lo trasnochado que se encontraba porque desde ese día que no ha vuelto a dormir bien. Y qué decir de su ropa, ya no se esforzaba en vestirse elegantemente como siempre solía hacer.
Solo estaba existiendo, porque morir no podía.
Inesperadamente las calles de Seúl ahora solían ser más ruidosas y molestas de lo que ya lo eran para el chico pelirubio. Se sentían pesadas y era como que, con cada paso que daba, los edificios e incluso la gente esperaban que diera un solo paso en falso para devorarlo.
Se sentía indefenso, sin fuerzas.
Su habitación se había vuelto su rutina diaria de vivir, su lugar seguro en el cual nadie podía entrar para hacerle daño. Comenzaba a acostumbrarse a la monotonía que consistía en ir al baño, bajar a comer, lavarse, bañarse y luego seguir estando acostado llorando.
Todo seguía doliendo como el primer día.
En estos momentos iba cabizbajo rumbo a la casa de la mamá de Jungkook. Caminó hasta el paradero más cercano sin apuro, y la verdad que sin ánimos también, para poder tomar el autobús correspondiente. A lo lejos pudo divisar uno y al subir solo se sentó en los asientos que estaban al lado izquierdo y que contenía ventanas.
Inconscientemente las lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas, fue algo inesperado y solo se dio cuenta cuando sintió que su rostro se humedecia tibiamente. Suspiro cansado y solo miraba las calles con nostalgia, recordando como antes las recorría con Jungkook.
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ᴛʜᴇ ʟᴀꜱᴛ ʟᴇᴛᴛᴇʀ
Short StoryJungkook quería confesarse con el chico que le gusta, quien además es su mejor amigo, pero no sabía cómo hacerlo. Es por eso que se le ocurrió una muy bonita manera de poder expresar sus sentimientos. Cartas. A través de cartas lo haría, y aquella...