La culpa de todos sus desamores la tenía ese horrible tatuaje: ninguna mujer quería ver esa aterradora calavera hiperrealista que parecía mirarla y desnudarle el alma mientras hacía el amor. Daba igual que Mateo les explicara la historia y les asegurase que, en realidad, no había tenido nada que ver con poner esa cosa en su cuerpo. Había sido una mala broma de un amigo que no lo era tanto, que le había drogado para que estuviera inconsciente mientras ponía a prueba su arte con las agujas y le hacía la "bromita". Pero claro, la explicación, aunque se la creyeran, no borraba la calavera ni la hacía más aceptable. Uno no podía pretender tener una relación con una mujer y negarse a quitarse la camiseta en todo momento. Ellas siempre querían que les dijera por qué, luego le pedían ver la calavera y después no se la podían quitar de la cabeza, aunque la tapara.
Lo triste era que a Mateo le parecía que el tatuaje era una obra de arte. De hecho, si no hubiera estado sobre su cuerpo y no le causara tantos inconvenientes, le hubiera gustado tener el dibujo de esa calavera y sin duda no habría tenido inconveniente en pagar una gran cantidad de dinero por ella. Porque, esa era otra, las obras del que fue su amigo alcanzaban en el mercado cantidades de cinco cifras.
Así pues, se hallaba ante un dilema: deshacerse de una obra única que le encantaba o condenar de antemano todas sus relaciones amorosas. El dilema lo solucionó una mañana en compañía de Olivia, su nueva compañera de trabajo. Mateo sospechó desde el primer momento que se encontraba ante el amor de su vida y se decidió de una vez por todas a deshacerse del tatuaje. Hasta entonces, tendría que mantener las distancias con ella y no llegar más allá de los besos.
Olivia se había enamorado de su compañero de trabajo. El problema era que él se comportaba de forma extraña. Primero parecía desearla y, cuando llegaba la hora de enrollarse en serio, se detenía bruscamente. También parecía guardar secretos con ella y se tensaba cuando intentaba quitarle la camiseta. Demonios, había palpado esa tableta de chocolate... ¡pero quería verla!
Ya le había preguntado un par de veces cuál era el problema y le había respondido con evasivas, lo cual había activado la imaginación de Olivia. Ya había descartado que estuviera casado o tuviera pareja (se había encargado de comprobarlo) y tampoco podía ser una de esas personas que rehúyen el contacto físico, porque se dejaba tocar. No era religioso ni tenía ningún prejuicio en contra del sexo antes del matrimonio, y no podía tener problemas de impotencia (había notado en más de una ocasión el bulto en sus pantalones). Había barajado la posibilidad de que tuviera alguna deformidad de la que se avergonzara, pero no notaba nada cuando le tocaba. Así que, finalmente, Olivia se convenció de que lo que ocurría era, ni más ni menos, que ella le gustaba a nivel intelectual, pero por alguna razón no acababa de gustarle en el terreno físico. Y eso siguió creyendo hasta que le oyó conversar por teléfono con una clínica y decirles que necesitaba que le adelantaran la cita, porque era urgente.
«Oh, Dios mío», pensó ella. «Se está muriendo».
Mateo sabía que algo malo pasaba. Olivia no llevaba bien que intentara retrasar lo inevitable y la última semana se había comportado de forma cada vez más seductora. Pero ese día se la veía triste y parecía que no encontraba palabras para abordar un tema desagradable.
«Va a dejarme porque no voy lo bastante rápido», pensó, conteniendo un ataque de pánico. Esa misma mañana había intentado adelantar la cita con la doctora que se encargaría de quitarle el tatuaje, pero había sido imposible y todavía tendría que esperar hasta el mes siguiente para la primera sesión. «¿Por qué tengo tanta mala suerte? ¿Por qué no me decidiría a quitarme el estúpido tatuaje antes?»
—¿No tienes nada que contarme? —preguntó por fin Olivia, con seriedad y cierto tono de enfado.
Mateo se quedó bloqueado. Al principio no entendió a qué se refería, pero luego cayó en que Olivia era una chica con mucha imaginación y posiblemente su secretismo en cuanto al tatuaje había llevado a su amada a llegar a conclusiones extrañas sobre su persona. Suspiró con pesadez y lo confesó todo: mejor contárselo ahora a arriesgarse a perderla por esconder la calavera. Después de todo, aunque viera la odiosa calavera, esta no tardaría en desaparecer. Con un poco de suerte, ella lo entendería y tendría paciencia.
Olivia se echó a reír cuando acabó su narración:
—¿En serio?
—Sí, solo te pido paciencia hasta que me lo quiten —respondió, desconcertado. Se preguntó qué era lo que había desarrollado la imaginación de Olivia para sonar tan aliviada. Pronto tuvo su respuesta.
—¡Creía que te estabas muriendo, so tonto! —Le dio un puñetazo en el hombro y Mateo sonrió hasta que ella añadió—: Vamos, quiero verla.
—Ah, no. ¿Acaso no me has escuchado? Si la ves, ya no podrás olvidar que está ahí.
—No sé con qué clase de repipis has salido hasta ahora, pero yo no voy a dejar de sentir lo que siento por un estúpido tatuaje —dijo Olivia. Él siguió dudando e insistió—: ¿Y qué más da, si de todas formas te lo vas a quitar?
Mateo se resignó y comenzó a desabrocharse la camisa, luego le mostró la calavera y esperó la acostumbrada mueca de desagrado.
—¿En serio pretendes quitarte esa obra de arte? ¡Pero si es una maravilla! —exclamó ella, tocando con reverencia el tatuaje. Y entonces la sospecha de Mateo se confirmó: era la mujer de su vida.
Fin
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Cuentos de Eros
RomanceCuentos de Eros es una antología sobre el amor compuesta por relatos románticos y eróticos presentados para el proyecto de Adictos a la Escritura de febrero de 2015 y cuyos autores y autoras son: Ann, Antonio V. García, Antenea, Cristinargou, Débora...