Sin escapatoria por Selin

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Un movimiento entre las sombras fue el anticipo del peligro, atrapados por ambos lados sin saber qué era lo que se acercaba con aspecto amenazador.

La premonición de lo que pasaría la había tenido Paula la noche anterior. No hizo mucho caso al principio y ahora se arrepentía. Escondidos en un hueco, empezó a recordar cómo había ido el día hasta llegar allí.

Estaba nerviosa, intranquila respecto de la excursión del fin de semana. Y eso que también estaba ilusionada con la idea de pasar dos días románticos lejos de todo y de todos. Bueno, románticos y algo más también. Ni ella ni Alex desperdiciarían tan buena oportunidad.

Se justificó recordando que había pasado mala noche. Una pesadilla, de la que recordaba poco más que fragmentos dispersos, la había alterado y luego apenas pudo conciliar el sueño.

La mañana en la oficina estaba entretenida con las interrupciones provocadas por los comentarios de las compañeras de trabajo sobre la festividad de San Valentín. No era su día y su participación se limitó a poco más que escuchar sus propósitos y expectativas, intentando que su desgana pasase desapercibida con los mínimos comentarios para no parecer descortés.

Se escabulló cuando llegó la hora de comer. Si salía con ellas, estaría demasiado expuesta a sus miradas inquisitivas y no se veía con ánimo para explicaciones. Luego volvió rápido y siguió con la rutina diaria del trabajo.

Estaba recogiendo cuando entró en el móvil una llamada de Alex. La aceptó y antes de que pudiese decir nada escuchó su voz impaciente:

—¿Piensas quedarte ahí toda la tarde?

—Hola a ti también, ¿qué te pasa?

—¿Sabes qué hora es?

—Estaba recogiendo, chato, y si me entretienes, tú mismo, más que esperarás.

—Vale, Paula, perdona, lo siento...

—Déjalo, Alex, no pasa nada. En cinco minutos bajo, ¿de acuerdo?

—De acuerdo, te espero en la puerta. Chao.

Se quedó mirando el móvil, que marcaba la interrupción de la llamada. «Mierda, tendré que darme prisa para no cruzarme con todas en la salida». Sin esconder nada, prefería ser discreta y mantenía reserva sobre su vida privada. Lo cierto era que no le apetecía empezar a recibir los insidiosos comentarios que seguro surgirían si la veían con Alex. Sobre todo al acercarse esa fecha tan empalagosa de la que habían estado hablando todo el día.

Aún no habían pasado ni tres minutos cuando salió por la puerta principal. Arrastraba tras ella un roller mediano, que ya traía preparado de casa por la mañana. Vio que Alex estaba en la acera observando el tráfico, tan absorto como ausente a su llegada. Se acercó por detrás y le apeteció darle un pequeño empujón al verle tan tranquilo después de haberla acuciado unos minutos antes y ponerla más nerviosa de lo que estaba.

—¿A esto tanta prisa?

Alex se giró con un sobresalto.

—No, yo no... Es que no te he visto llegar...

—Eso ya lo veo —le dijo y continuó mientras le examinaba el rostro—: ¿Con qué estabas así de embelesado?

—Nada, estaba esperando y nada más. —Cada vez estaba más incómodo con sus vanos intentos de justificación y pensó que lo mejor sería que empezasen la excursión cuanto antes—. ¿Vamos? —Señaló hacia donde estaba el coche aparcado  y se puso en marcha.

Le alcanzó enseguida y siguieron juntos hasta el hueco de la zona azul donde estaba aparcado el vehículo.

Alex abrió el portón trasero. Era un coche pequeño y el maletero tenía las dimensiones en consonancia. Paula acomodó el roller en el mínimo hueco que dejaban en un rincón los bultos de la mochila y la tienda de campaña. Subieron al coche y se pusieron en marcha hacia su destino.

Cuentos de ErosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora