El faro de las traiciones por Inna Franco

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Un nuevo San Valentín. Y mi novio continuaba ignorándome. Me había negado a hacer el amor con él y ya no había vuelto a hablarme.

De haber sabido que reaccionaría así hubiera accedido, aunque mi plan inicial había sido darle mi virginidad como regalo el catorce de febrero.

Luego de eso lo vi hablando con Lucía, la chica más popular de nuestro curso. Al inicio parecían discutir de manera furiosa e incluso derramaban unas lágrimas, después comenzó a haber paz entre ellos hasta el extremo de que ahora perecían dos enamorados.

Intenté en varias ocasiones hablar también con Lucía, pedirle e incluso rogarle que no interfiriera con la relación entre mi novio y yo. El resultado fue que ella también me ignoró de manera despiadada, fingía no verme u oírme.

Hoy, habiendo intentado todo estoy desesperada, sé con total certeza que ellos se encontrarán para tener una cita romántica.

Estoy escondida entre unos matorrales a un lado de la casa de mi novio. Sale por la puerta principal. Está muy bello, se ha afeitado y peinado de manera diferente. La brisa me trae hasta la nariz su fresca colonia. La huelo recordando la sensación de sus abrazos, aquella sensación que no siento desde hace tiempo. Intento recordar cuánto pero no lo consigo.

Se pone en marcha, siguiéndolo entre las sombras del atardecer que proyectan los árboles, medito sobre cómo los enfrentaré una vez que se hayan encontrado. Ya no podrán ignorarme o evitar responderme.

El llega al viejo faro, mi lugar favorito en el mundo, mi templo de meditación en momentos de duda. Maldito, lo sabe y la ha citado allí.

Dentro lo espera Lucía y se alegra de verlo, va a su encuentro y lo besa en los labios, saludándolo.

Con el corazón partiéndoseme en mil pedazos me obligo a salir de las sombras y les grito que son unos traidores. Lejos de sorprenderse, me ignoran una vez más.

Él la abraza y la besa con pasión, todo frente a mis ojos y mi llanto desgarrador. Cómo es posible que no se detengan y al menos me echen de ese sitio.

Se acarician mutuamente y presas del deseo comienzan a desnudarse. No puedo creer lo que está sucediendo.

Malditos desvergonzados y pervertidos, tendrán sexo frente a mí. Grito con todas mis fuerzas. Camino de espaldas hacia la parte trasera del faro, es la más cercana y debo salir, no soporto verlos torturándome de esa manera. Me detengo en seco. De dar un pequeño paso caeré por el acantilado, allí el suelo está roto.

Intento recordar cuando descubrí aquello, siento que es crucial hacerlo. Mi mente se esfuerza y yo me obligo a ignorar a las dos personas que ahora se aparean sin inhibición a pocos metros.

Una fuerte luz me ciega y me aterra pero vuelven todos los recuerdos faltantes.

Todo sucedió allí mismo.

El día que me negué a hacer el amor con él vine aquí a pensar. Estuve hasta el anochecer, estaba muy triste y lloré con amargura por horas. Oí unos ruidos y creí que él venía a buscarme y pedirme perdón por haberse enojado. Y si era, pero no estaba solo.

Lucía lo acompañaba, feliz y expectante porque tendrían relaciones sexuales por primera vez, al igual que ahora se abrazaron y comenzaron a desnudarse. Él no había acabado la relación conmigo aun y ya estaba buscando a otra muchacha para acostarse.

Caminé hacia atrás sin querer creer que eso en realidad estaba sucediendo. Grité maldiciones mientras lo hacía, amenacé a Lucía con que les diría a todos la clase de persona que era, le juré que su reputación quedaría destrozada. Ella recompuso un poco su vestimenta y se lanzó contra mí empujándome hacia donde el piso estaba arruinado, haciéndome caer por el acantilado.

Lucía me había asesinado y por lo que pude ver en los extraños días que siguieron a mi muerte poco se arrepentía, aun ahora cuando celebraban su amor donde cometieron un crimen.

Con una furia que no conocí hasta ese momento, los sujeté y los atraje conmigo hasta el mismo lugar por el que había caído. Permanecí flotando sobre el agujero viendo como sus cuerpos se destrozaban al chocar contra las filosas rocas, de la misma forma que lo había hecho el mío dejando un reguero de sangre y trozos de carne.

Que tonta fui, también cometí un crimen.

Ahora permaneceremos los tres condenados en este faro, sufriendo un eterno triangulo amoroso.


Fin

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