Al cole con amor por Hada Fitipaldi

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Hoy vamos a jugar al escondite, te he dejado una nota escondida en la verja del cole, ¿serás capaz de encontrarla? J.

El mensaje en su móvil le arrancó una sonrisa bobalicona de la cara, mientras preparaba el almuerzo de su pequeño, que no paraba de gritar: «Alto, policía», balanceando unas esposas de juguete de un lado a otro persiguiendo a su hermano mayor. Como cada día, Beatriz corrió detrás de ambos intentando la ardua tarea de que se vistieran para llegar al colegio a su hora. Pero en las últimas semanas ya no se le hacía tan pesada aquella hora del día, justo antes de llevarlos a clase, porque sabía que él le tenía siempre alguna sorpresa preparada.

Por eso cazó a Vicente, su hijo de cuatro años, con un divertido grito de guerra, llevándolo a la cama y haciéndole cosquillas mientras le embutía una camiseta y unos pantalones. Después se lanzó a por Pablo, de siete años, metiendo los libros que le tocaban en la mochila mientras se quedaba observando la indecisión de su primogénito.

─ ¿Te puedo ayudar? ─se acercó a él por detrás, mientras Pablo observaba sin sacar ninguna conclusión el contenido del cajón de las camisetas─. ¿No sabes cuál ponerte?

─ ¿Crees que las camisetas con superhéroes son para pequeñajos?

La expresión preocupada de su hijo no pudo más que hacerla sonreír, dándole un fuerte abrazo.

─Creo que eso son tonterías, yo misma llevo camisetas con dibujos muchas veces y soy tu madre.

─Pero Alicia dice que las camisetas con dibujos no molan.

Pablo bajó los ojos hasta sus deportivos, dándole pataditas a una pelusa. Parecía decepcionado con el comentario de su amiga especial y Beatriz no pudo más que apiadarse de él. Siendo tan pequeño y ya quería contentar a su chica, ¿desde cuándo estábamos metidos en ese lío del amor?

─ ¿A ti te gustan esas camisetas?

─Pues claro, pero solo las de superhéroes.

─Entonces no hay más que hablar, cada uno tiene que llevar lo que más le guste, y a quién no le parezca bien que cierre los ojos y se acabó.

Pablo la miró sonriendo con un nuevo brillo, cogió su camiseta de Spiderman y se la metió por la cabeza.

─Si me dice algo le voy a decir lo que tú me has dicho.

─Me parece muy bien.

Depositando un beso en su frente, Beatriz corrió a coger la mochila de Vicente y como si de un desfile militar se tratara, sus pequeños la siguieron hasta el garaje. Cuando llegaron a la puerta del colegio había varios coches parados en doble fila, se bajaron rápido uniéndose al resto de sus compañeros. Dos niños por delante de Pablo estaba Alicia, su «novia» desde principios de curso. Beatriz observó como lo saludaba con una sonrisa, para bajar después la vista a su camiseta arrugando un poco la nariz. Y antes de que dijera nada, Pablo saltó hinchando mucho el pecho:

─Ya sé que no te gustan los dibujos y todo eso, pero esta es mi camiseta preferida, así que tendrás que aceptarlo.

Beatriz tuvo que hacer grandes esfuerzos para no echarse a reír allí mismo, su hijo estaba hecho un viejo. Vio como Alicia lo miraba encogiéndose de hombros con una sonrisa.

─Pues vale, está chula. Si quieres vamos luego a patinar y me pongo una que tengo parecida. Así podemos ser el Equipo Spiderman.

─Buena idea.

Y con aquel simple intercambio, cada uno volvió a lo suyo. Beatriz se quedó maravillada una vez más con la forma sencilla en que aquellos chicos eran capaces de resolver sus problemas. Solo cuando vio desaparecer a Vicente dentro de clase, se permitió olvidarse de todo y dejarse llevar por su ilusión. Corrió más que anduvo hacia la gastada verja blanca que rodeaba el colegio, y la miró con decisión. A simple vista no se veía nada, pero ella iba a encontrar el tesoro de una forma u otra. Por eso comenzó por las bisagras de la puerta, comprobando que estaban vacías. Fue rodeando el perímetro, estudiando minuciosamente cada rincón, pero no parecía haber nada. ¿Se le habría olvidado a J dejar el anunciado mensaje?

Cuentos de ErosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora