Una chica particular

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Dylan

En cuanto entré, lo primero que captó mi atención fue la persona que se encontraba ahí. En la habitación no había mucho, solo una mesa, con 2 sillas de cada lado, una cámara en la esquina, un espejo y una chica.

Me senté en una de las sillas dejando mi mochila a un lado y ella se alejó lo más posible de mí. Se quedó en una esquina.

-Hola, soy Dylan.

Ella no contestó. Se veía sorprendida, pero no parecía ser aquella asesina de la que había leído. Vestía un vestido blanco y una camisa de fuerza para evitar que tuviera mucha movilidad, pero parece que eso no le afectaba tanto; su cabello era largo y blanco, con unas ligeras mechas cafés que apenas se notaban, sus ojos eran tan negros que uno se perdía en su mirada y resaltaban con su pálida piel, parecía un ángel aprisionado por la humanidad.

-Cuando dijeron que iba a venir alguien más, pensé que iba a ser otro de esos loqueros, no una... persona.

Salí de mi trance y la miré a los ojos, ella se movió lentamente por la habitación hasta estar cerca de la otra silla.

- ¿Persona?

-No se le puede llamar persona a alguien que quiere manipular tu forma de ser.

Con sus pies alejó un poco la silla, se sentó cuidadosamente y luego se acomodó para que nos viéramos frente a frente.

- ¿Qué es exactamente lo que estás haciendo aquí?

Preguntó lentamente mientras me analizaba. Era cuidadosa, eso podía notarlo.

-Si te soy sincero no tengo idea, me dijeron que leyera un caso y luego que viniera aquí a hablar con alguien. Supongo que ese alguien debes ser tú.

-Y ¿de qué se supone que debemos hablar?

Miré hacia el espejo esperando el permiso de poder contestar esa pregunta, pero no dijeron nada, así que solo suspiré y la miré.

-Por lo que me dijeron, te acusan de un asesinato, pero necesitan que lo confieses y por lo visto es algo que te niegas a hacer. Creo que me mandaron para hacerte hablar del caso.

Ella bajó la mirada y empezó a murmurar algo, no lograba entender. Luego guardo silencio y un escalofrío me recorrió.

-Así que... te mandaron a hacer lo mismo que esos idiotas.

- ¿Qué?

-Te mandaron para confundirme y hacerme pensar que eras un simple chico para que confesara. Esos inútiles ya no saben qué hacer ¿eh?

Lo último pareció ser para alguien más, tal vez para ella, pero eso no importaba realmente, ahora estaba intrigado.

-Yo no soy un psicólogo ni nada parecido, así que no puedo hacer sus trucos de psicología inversa ni nada –Su mirada se dirigió a mi dirección- pero, si algo me caracteriza es mi curiosidad.

-Tú... ¿quieres que te cuente mi historia?

-Sí, la verdad, no me ofrecieron nada por hacer esto, así que si no quieres decir nada está bien, no voy a volver a molestarte. Pero, si tú aceptas contarme un poco de lo que pasó, puede que me vaya de aquí con una buena historia que contar.

- ¿Y yo qué ganaría a cambio?

Me recliné en la mesa para acercarme un poco e hice una seña para que ella hiciera lo mismo. Cuando estuvimos lo suficientemente cerca empecé a susurrar.

- ¿Recuerdas que te dije que leí unos papeles?

Ella asintió con la cabeza.

-Bueno, eran sobre ti y por lo que leí, si no logran hacer que confieses van a pedir un permiso para darte cadena perpetua y créeme cuando te digo, que la gente de ahí no es muy linda.

Sus ojos se abrieron lentamente por la sorpresa.

-Eso no puede ser cierto.

Ella se alejó de golpe asustada, empezó a hiperventilar y se hizo pequeña en su lugar, de pronto empezó a hacer unos ruidos extraños que poco a poco se empezaron a convertir en carcajadas. Me miró divertida.

-Oh querido, ¿de verdad creíste que me espantarías?, todo ese cuentito de la prisión me lo sé, no soy estúpida. No creo que consigas mucho si usas esos trucos baratos.

Solté un sonido en forma de queja agarrando mi mochila y levantándome, me acerqué a la puerta, pero antes de que pudiera agarrar la manija ella me detuvo.

-Pero, si de verdad te interesa mi historia, puede que te pueda contar una parte, al menos lo más importante.

Me giré para mirarla. Giré los ojos y me acerqué a la mesa de nuevo.

-Habla.

-Yo que tu tomaría asiento, esto va a extenderse un poco.

Acepté su recomendación y me senté. Ella me miró un momento para ver si de verdad me interesaba lo que estuviera a punto de decir, en cuanto se dio cuenta de que era así, comenzó.

-Bueno, todo esto empezó cuando tenía unos 14 o 13 años. Los problemas que tenía empezaban a ser más frustrantes que de costumbre y había descubierto que hay gente que te puede ayudar con eso, así que me conseguí a uno.

Psicología asesinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora