III. Death & Rebirth

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Fiel a mi estilo de escritura, este capítulo es un claro salto de tiempo dentro de la cronología canon y también la cronología en este fanfic, por lo que si no quieres spoilers o aún no estás familiarizado con los eventos posteriores al Arco del Demonio Katana tanto en el manga como en el anime, te pido que no leas. Si aún así, no te importa, y deseas darte la oportunidad, siempre se agradece tu tiempo y amabilidad.

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Despertó en la oscuridad.

Frío. Soledad. Angustia.

Todas eran sensaciones y sentimientos que había hecho sentir a otras personas y que en ese instante, ya no podría ser capaz de hacerles sentir.

Makima trató de moverse, sin éxito. Luego, una oleada de recuerdos se cirnió sobre ella, como aves de rapiña sobre un cadáver. Hambrientos, ansiosamente, parecieron devorarla muy rápidamente y sintió. Todo aquello le resultaba incomprensible, porque su vida había transcurrido como demonio, El Demonio Dominación, solían murmurar sobre ella; los demonios no tenían la capacidad de sentir. O eso era lo que ella había creído.

Miedo.

Aquella sensación primitiva, ligada a cualquier cosa desconocida, le dió suficiente poder para regresar.

La mayor parte de los humanos le temen a algo. Y cada vez que un niño sentía temor del hombre del saco, una mujer temía la muerte de un hijo o un hombre temía al fracaso, Makima, poco a poco, iba fortaleciéndose.

Sin saber que la única parte pura de su ser estaba en manos de a quien más daño había hecho, lo que pretendía era demasiado.

Volver. Asegurarse de recuperar aquella pieza pura de su esencia misma. La clave de su existencia. Y quizá, luego de ello, hacerlo bien. Hacer todo bien. Reconsiderar.

En la profundidad de la noche oscura, Makima caminó, desnuda, a la luz de la luna y las estrellas en el límpido cielo de terciopelo, a través de su propio terror, en la Tierra nuevamente. Una Tierra que no tendría compasión de ella, de la misma manera que ella no la tuvo hacia nadie.

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Por extraño que pareciera, Denji aún no comprendía cómo es que a Kishibe le había parecido bien aquella idea de entregar en sus manos a esa niña.

Pero la veía jugar con los perros, con el gato y dibujar con sus crayones sobre un montón de hojas de papel y lo hacía sonreír.

Su cabello negro, su rostro redondo y tierno y su semblante inexpresivo, no lo hacían sentir incómodo, sin embargo, rara vez era capaz de mirarla a los ojos sin sentir un estremecimiento, y una sensación, más allá de su razón, de que estaba siendo observado desde el mismo infierno por aquella que había dado vida a Nayuta, es decir, Makima.

Makima.

Hasta repetir su nombre en su mente, le dolía, a él, que había creído que ingerir su cuerpo en un estofado no le dolería más de algunos días y que finalmente se olvidaría de todo porque su resolución era vivir la buena vida y acostumbrarse a que merecía más que sólo dormir sobre una caja de cartón reciclada o comer sobras directamente sacadas de la basura.

¿Quien creería que podría procurarle una vida a una niña?

Kishibe por alguna razón, lo creyera o no, se la habría entregado.

Denji solía observarla detenidamente y perderse por largos minutos cepillándole el cabello, viendo sus manos mientras le cortaba las uñas, escudriñar su rostro mientras comía lo que preparaba para alimentarla. También notaba, sin poder sacarse de la mente que había cosas de Makima en ella -finalmente era su reencarnación - , que Nayuta era muy inteligente y perspicaz, como en el pasado Makima lo había sido, claro que, en función cada una de su edad y experiencias.

Se esmeraba en protegerla y cuidarla con... ¿Amor, tal vez?

No sabría descifrar lo que era.

Muy internamente, no quería aceptar que le asustaba la idea de que Nayuta se convirtiera nuevamente en Makima de alguna manera y sentía que se le aguaban los ojos sin querer a veces, porque recordaba a la señorita Himeno, a Aki, dominado como todos por ella y a Power siendo asesinada frente a sus ojos y aún así, haberse sometido igualmente a su voluntad con tal de seguir viviendo esa buena vida que soñaba.

En ese estado de cosas, Asa Mitaka había entrado a su vida y estaba azorado ante la posibilidad de relacionarse con más personas. Pero ya no era un secreto para nadie, que aquel Denji sin apellido, que se había convertido en el Hombre Motosierra, el híbrido creado por el poder que Pochita le confirió al convertirse en su corazón, ya no era lo que había sido cuando fue encontrado justamente por Makima, después de vencer a una horda de zombies.

De manera que, si antes no esperaba relacionarse sin perder a esas personas, en ese momento, Denji Hayakawa sabía con certeza que, apegarse a cualquier persona, implicaría la posibilidad de sufrir al perderla, porque la perdería, era un hecho. Sabía que no había forma de proteger a todos aunque lo quisiera, y le costaba imaginar las posibles muertes de esas personas nuevas que iba conociendo y a quienes, lo quisiera o no, podría vincularse de manera más que afectuosa.

Ese día, luego de despertar y dar huevos y verduras a Nayuta, decidió llevarla al parque. No había ninguna razón en particular, simplemente tenía deseos de salir, llevarla por un globo y que comiese un hot dog. Le gustaba pensar, que de haber sido un niño en otro lugar, en otro momento, con padres reales y felices de su existencia, posiblemente habría hecho esas mismas cosas. La dejó calzarse los zapatos negros en la puerta y le palmeó la cabeza, llevándola de la mano. Una vez que salieron del edificio, Nayuta pareció estar más atenta que de costumbre y permaneció silenciosa, calmada y ecuánime, aún cuando no era especialmente afecta a los baños de sol o incluso a pasear a los perros.

Caminaron a paso lento y pausadamente. Denji le dió una botella con agua y Nayuta bebió un sorbo y se la devolvió. Denji adaptó su paso rápido, al mucho más lento de la niña y al llegar al parque, la dejó acercarse a un columpio y la ayudó a acomodarse en él para que se balanceara cuanto quisiera, pues no le gustaba que la empujara ni que el columpio se elevase demasiado.

Se sentó en una banca frente a los columpios y algo llamó su atención.

No supo descifrar lo que era, porque visualmente no hizo en apariencia contacto con nada que lo distrajera. Pero aún así, algo en el aire, en la luz del sol, excesivamente brillante, la parsimonia de Nayuta mientras se balanceaba lentamente en el columpio, o tal vez esa paranoia que últimamente lo mantenía más alerta, lo obligaron a echar un segundo vistazo a su alrededor.

Al pie de una resbaladilla de gusano, la silueta de un cuerpo humano, inconsciente, sobresalía a través de la arena alrededor de la zona de juegos, a unos treinta o cuarenta metros. Parecía una mujer desnuda, y Denji pensó que sería una gran suerte si eso le hubiera pasado justamente a él y se talló los ojos, pensando que alucinaba a causa del intenso sol del mediodía que se alzaba sin más a esa hora en el cielo azul.

Pero no. No alucinó. Y la fatalidad que esperaba que no sucediera, se suscitó frente a sus ojos.

Parecía que el tiempo se hubiese detenido y Nayuta se columpiara lento, más lento, en tanto Denji volvió a mirar de nuevo la resbaladilla de gusano, y finalmente comprendió lo que tanto temía.

La mujer tenía cabellos rojos, en una trenza medio deshecha. No parecía moverse pero Denji casi pudo sentir su respiración acompasada y rítmica contra su pecho.

Sintió nuevamente que lágrimas se agolpaban en sus párpados y luchaban por salir. No podía moverse.

No sabía qué hacer.

El sol brillaba aún más, y cada segundo, el calor parecía el de un incendio.

El infierno.

She's always listeningDonde viven las historias. Descúbrelo ahora