20. Una noble misión

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Tomo el objeto para inspeccionarlo, preguntándome por qué está bocabajo. Acabo de voltetarlo cuando una voz me sobresalta.

―¿Qué haces? ―Kasem ha vuelto a la habitación.

El susto me hace soltar el marco, que se precipita hasta el suelo provocando un ruido inconfundible a cristal roto.

―¡Lo siento mucho! ―me lamento, aganchándome para recoger.

Las fisuras en el vidrio dejan entrever a Kasem posando en un selfie junto a otro chico, pero apenas tengo tiempo para distinguir los detalles antes de que él se acerque y retire la imagen con rapidez.

―¡Ay! ―exclama.

La precipitación del gesto ha provocado que se corte con uno de los pedazos. Varias gotas de sangre manchan el suelo.

―¿Estás bien? ―pregunto, levantándome y llevando las manos hacia la herida para ayudarle.

Él rechaza mi acercamiento.

―Olvídalo ―dice, tajante.

Es la primera vez que se muestra tan serio conmigo y su expresión sugiere que está molesto. Una mezcla de culpa y vergüenza se fragua en mis entrañas.

―De verdad que lo siento ―repito, afligido―. No quería estropearlo.

Estoy tan compungido que agacho la cabeza, haciendo círculos con el pie como si hubiera vuelto a la escuela y el maestro me estuviera reprendiendo por olvidar la tarea. Kasem me mira unos instantes con el ceño fruncido, pero en seguida relaja los hombros.

―No pasa nada ―concluye―. Ha sido un accidente.

―Deja que te cure y luego recojo ―añado, en un intento de reconciliación.

―No te preocupes.

―Pero...

―Chai, tranquilo, todo está bien. Es un cortecito de nada y no estoy enfadado.

―¿De verdad?

―Sí. Tan solo me sorprendió verte husmear entre mis cosas. No me esperaba que fueras tan cotilla.

―¡Eh! ―hincho el pecho, herido en el orgullo―. No soy ningún cotilla. Yo solo... ¡quería ver la decoración!

Kasem alza las cejas, cruzando los brazos y dedicándome una mirada de juez que hace despertar a la voz de la conciencia.

―Bueno ―admito, hablando más bajito y volviendo el rostro―. Puede que sí quisiera curiosear un poco...

La risa de mi interlocutor llena el espacio, eliminando la tensión con la misma celeridad que la brisa mañanera colándose por un ventanal abierto.

―Lo dicho ―sentencia entre risas―. Tan solo procura no incendiar mi casa la próxima vez que quieras registrarla.

Chasqueo la lengua, propinándole un puñetazo cariñoso mientras hago un esfuerzo sobrehumano para no sonreír. Casi lo consigo.

―Deberías curarte ―puntualizo, cambiando de tema.

―Y tú deberías ir a ducharte ―replica.

―Deja que te ayude primero, fue culpa mía que te cortaras.

―¿Estás seguro? ―la pregunta viene engalanada con un tono pícaro―. Muy bien. Si tanto quieres ayudar: ¿por qué no nos duchamos juntos y me enjabonas? No creo que pueda hacerlo estando malherido.

El rubor llega más rápido que una respuesta, haciendo que Kasem ría de nuevo con alborozo al verme como un cangrejo.

―¡Idiota! ―acuso, encaminando los pasos a la puerta.

Luces, cámara y... ¡amor! (LGBT+)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora