Descansa en paz

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Hoy mamá ha muerto, o tal vez fue ayer, no lo sé.
He recibido un telegrama del asilo, "madre fallecida, entierro mañana, nuestro sentido pésame", nada significa eso, tal vez fue ayer.

El día es joven, el trayecto eterno y el sol parece no querer asomarse, las nubes están reunidas para ver el espectáculo del sufrimiento de una familia, o quizá solo para ver mi sufrimiento, el tráfico le hace competencia al mar en tamaño, no me decido entre esperar un poco o seguir a pie.

Las horas pasan mientras estoy más próximo a la velación, ¿La enterraran o la cremaran?, ¿acaso tuvo una muerte indolora? eso espero, era lo mínimo que merecía, recién llego al sitio, comparándolo con el tráfico que pasé parece que no cabe un alma en pena, hay muchas caras que no conozco, otras que no recuerdo y algunas que conocí en algún momento de mi vida con ella, todos me rodean dándome espacio para acercarme al ataúd.

Suena la primera campanada, el ataúd es frio como el hielo, pero el aroma mezclado de madera fina y formol complementan su presentación, debo ser fuerte y no llorar, frente a mis ojos corre un flash de mi madre sujetándome en brazos cuando era bebé.

Suena la segunda campanada, la tela del interior del ataúd es fucsia en honor al gusto de mi madre, debo ser fuerte y no llorar, frente a mis ojos pasa otro recuerdo, ella alimentándome con cariño y ayudándome con las tareas de la escuela cuando tenía 10 años.

Suena la tercera campanada, ya no puedo ver sus ojos nunca más, sus parpados cubren sus pupilas cuales me vieron crecer se han ido por siempre, su piel arrugada por el tiempo es pálida como su inocencia, debo ser fuerte y no llorar, otra vez recuerdo, esta vez a mis 16, las discusiones esporádicas con ella que no duraban mucho realmente solo por las correcciones de ella, solo por el amor de ella.

Suena la cuarta campanada, sus mejillas arrugadas ya no tienen el mismo color que antes, por más que su suavidad siga visiblemente su vida se ha esfumado, las lágrimas del cielo han caído más antes que las de mis ojos, debo ser fuerte y no llorar, mis ojos empiezan a sentirse irritados, su expresión es relajada, como cuando descansaba durmiendo en mis piernas a mis 20 años, ahora no volveré a sentir el calor de verla dormir en mis piernas.

Suena la quinta campanada, sus labios antes rosados carmesí casi rojos ahora carecen de vida, son oscuros como la muerte, el maquillaje puesto para disimular no me va a engañar, por dios, mis ojos están muy irritados, debo ser fuerte y no llorar, cuando tenía 25 ella me decía que en su funeral no quería que llorara, le prometí cumplirle esa petición, ahora no volveré a escuchar su voz salir con nuestras conversaciones al azar.

Suena la sexta campanada, su vestido es largo y blanco, las costuras son como las que a ella siempre le han gustado, su cuello arrugado me recuerda los perfumes que usaba al salir, a mis 27 ella se lamentó porque en su cumpleaños se le resbalo el perfume que le había regalado, ahora no podré escuchar sus disculpas nunca más.

Suena la séptima campanada, su cuerpo no cambia mucho a las últimas visitas que le hice, sus llantos por no poder recordarme me quiebran el alma, solo podía abrazarla y secar sus lágrimas, debo ser fuerte y no llorar, una lagrima se escapa de mis ojos cayendo en su tumba, creo que no aguantare mucho, ahora no podré volver a secar sus lágrimas nunca más.

Suena la última campanada, lo último que le dije en vida fue una mentira, le dije, no, le prometí que todo iba a estar bien, aun viendo que su enfermedad iba a avanzar sin alguna cura, te mentí para protegerte, ahora soy yo el que se disculpa, pues no pude ser fuerte, mis lagrimas me nublan la vista, no pude aguantar más, lo siento madre, te he mentido y también te falle en tu petición, espero me perdones en algún momento de tu descanso eterno.

Antologia de sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora