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EDITH

El día fue demasiado agotador. La maestra Rosemary se enfadó por mi tardanza y en las siguientes horas no pude concentrarme en las clases, mucho menos en mi trabajo. El mensaje de Jorge se rebobinaba en mi cabeza.

Mi padre está muerto.

Fue en plena ida al trabajo que tuve tiempo para ponerme a investigar sobre la noticia de Álvaro a través de varios medios de noticia en Internet: Hombre ocasiona grave explosión en gasolinera. Presunto delincuente fallece en explosión. En cada noticia me enteraba más sobre detalles que desconocía de la vida del difunto padre de Jorge. Aquel patán había manejado en un estado de ebriedad a altas horas de la noche por una zona alejada de la provincia y encontraron una bolsa llena de dinero en la gaveta. La hora del accidente variaba en distintas páginas y fue tanta la ansiedad que me causó, que decidí apagar mi teléfono durante mi jornada laboral.

No lo encendí hasta llegar a casa de Sheila para cuidar a la pequeña Lili. Fue lamentable ver que Mateo me abría la puerta con un intento de sonrisa. Los tres hermanos estaban ahí. El padre de Sheila trabajaba por largas horas y Sheila tenía prácticas en la universidad, por lo que ellos solo tenían la compañía del otro. Debía ser difícil sentirse solo a una edad tan temprana.

Ingresé y abracé a los gemelos, quienes se mostraban diferente a como los había visto hacía más de un mes. El destello de sus ojos estaba apagado, la ropa que usaban estaba sucia y Marco no dejaba de morderse las uñas.

-Qué bueno que nos hayas visitado, Edith -dijo Marco-. Me da miedo estar en casa sin papá o Sheila. Al menos hoy te tendré a ti.

-¿Después podrías ayudarme con la tarea de Lili? -preguntó Mateo-. Ni siquiera puedo con la mía.

Prometí que los ayudaría a ambos luego de encargarme de su hermana. Les obsequié a ambos unas galletas que había comprado por el camino y fui hacia la habitación de Lili con pasos sigilosos para no atormentarla. La encontré arropada entre las sábanas, abrazando a un peluche de un gato de color azul. Unas cajas de jarabes junto con unos pañuelos acaparaban su mesa de noche. Levantó la vista a pesar del peso de sus párpados.

Ella y el peluche que tenía como amigo me saludaron. Había sido una tarde agotadora, pero ella lo alegró con su sonrisa. No me resistí en echarme a su lado y abrazarla, aunque corriera el riesgo de contraer un resfriado.

-Mérida y yo te hemos extrañado. -Me mostró otro de sus peluches, esta vez era uno de lana y color anaranjado-. Sheila me dijo que vendrás todos los días ¿Es eso cierto? Porque me alegraría mucho.

-Haré lo posible para visitarte a ti y a Mérida todos los días posibles. No te preocupes.

Después de una corta charla fui hacia la cocina para llevarle una taza de té caliente y con ello obligarla a tomar la pastilla que Sheila me había encomendado, porque la pequeña traviesa pensaba en ocultarla bajo su almohada.

La siguiente hora me la pasé ayudándola a resolver su tarea de matemáticas, la cual me mareó desde el primer ejercicio. Avanzamos hasta que afortunadamente el señor David llegó de su trabajo. Cuando bajé, fue evidente desde lejos el cansancio y estrés con el que cargaba. Su cabello estaba despeinado y su barba muy mal afeitada. No me fui sin antes recomendarle ciertas incomodidades que me preocupaban sobre el estilo de vida que su familia estaba llevando.

Al salir, dudé unos segundos sobre sí cruzar la reja blanca, entrar para darme una reconfortante ducha y echarme a dormir de lo cansada que me sentía, pero había recordado la situación de Jorge y salí corriendo hacia su casa. No me había puesto en contacto con él desde la trágica llamada, pues entre tantos qué haceres, no llegué a responderle el mensaje sobre el fallecimiento de Álvaro.

Juntos hacia el solDonde viven las historias. Descúbrelo ahora