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EDITH

Me había encaminado hacia el terrapuerto apenas terminé con mis deberes en la universidad. Rafael no mintió con tomar el vuelo más próximo hacia Perú, por lo que ahora estaba esperando su llegada sentada a las afueras del establecimiento. Había permanecido parada durante más de media hora, pero la emoción que sentía por volver a verlo opacaba mi cansancio.

En un par de minutos, un cúmulo de gente apareció por la puerta de salida. Fue ahí donde lo vi. Su piel brillante y bronceada sobresalía entre la multitud de pasajeros que venían desde la capital. Sacudió su mano alzada desde la lejanía al mismo tiempo que su cabello largo y casi rubio se sacudía. Su estilo era tan peculiar y extravagante, que parecía haber salido de alguna isla tropical por su camisa de manga corta holgada combinada con aquellos shorts con estampado de piñas y unas sandalias de tira. Demasiado informal. Demasiado Rafael.

Me abalancé en sus brazos y me alzó para elevarme en lo alto y darme una vuelta. Tuve que suplicar a gritos que me bajase.

-Cuánto tiempo, sobrina. -Sacudió mi cabello antes de soltarme-. Ya extrañaba este lugar -inhaló y exhaló el aire con exageración-. Necesito un plato de chicharrón de inmediato, han pasado más de diez años...

Tan solo había cargado consigo una pequeña mochila en su espalda, así que nos ahorramos el esperar a las maletas llegar de una en una.

Paramos un taxi afuera del terrapuerto y di la dirección de mi apartamento.

-Sobri, tienes que decirme donde puedo alquilar una moto. Detesto movilizarme en vehículos... Me siento un holgazán.

Mi tío era una persona muy activa. Solía tomar tres horas del día para ejercitarse y mantener los cuadros en sus abdominales; además de las olas que surfeaba a diario.

Yo a penas lograba subir las escaleras hasta el tercer piso sin agotarme.

Me continuó hablando sobre su vida en Brasil, también de lo mucho que se ha esmerado remodelando su cabaña para que mamá y yo nos sintiéramos cómodas cuando fuéramos a vivir con él. Me dolió que la razón de su visita fuera por nuestra mudanza, pero al menos ya lo tenía a mi lado, sacando la cámara de su equipaje para tomar fotos del paisaje de la ciudad por la ventana. No tardaría mucho en publicarlas en su cuenta de Facebook. Era tan conocido en redes sociales, que incluso sus fotos habían sido portadas de muchos libros. Su pasión por la fotografía sobrepasó a la de los idiomas, por lo que terminó dedicándose a ello por completo, aunque de todas formas lograba conseguir un trabajo como traductor para ganar dinero extra. El talento le sobraba y lo admiraba por ello.

Rafael estaba contándome sobre su visita a la Estatua de Cristo Redentor cuando me vi obligada a interrumpirlo por un repentino mensaje que hizo vibrar mi teléfono. Era de mamá, quien me dijo que la esperásemos en casa. Teníamos que hablar con mi tío sobre lo que haríamos en los próximos meses respecto a la universidad a la que me transferiría y nuestro alojamiento. Era una conversación que no estaba lista para afrontar, pero en la que tendría que estar presente, escuchando cada vez que mencionaran la palabra mudanza, que en mi cabeza sonaba igual a un abandonar u olvidar. ¿Así lo verían los demás? ¿Creerían que los estaba abandonando? Pero, aunque doliera, esa era la realidad. Tendría que pasar la página, escribir nuevos capítulos sin sus nombres en ellos. Y lo más difícil sería tratar de acomodar mi vida entera en una simple maleta.

Cuando llegamos al apartamento, Rafael no se inmutó en revelar su sorpresa por la falta de inmuebles. Ni siquiera teníamos donde congelar las frutas o el agua. Debería creer que vivíamos en pésimo estado, pero en realidad nos habíamos adaptado bien. Mamá y yo nos turnábamos para la limpieza y la preparación de la comida, aunque ella prefería que me mantuviera alejada de la estufa.

Juntos hacia el solDonde viven las historias. Descúbrelo ahora