Capitulo 14

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Poseía la cara de un ángel afeminado, ojos verdes saltones, nariz redonda y orejas puntiagudas. Vestido azul, zapatillas amarillas y sombrero del mismo tono que su calzado; ademas de unas hermosas y diminutas alas que abanicaba con una velocidad digna de admirar.

Alice parpadeó rápidamente cuando su mirada se encontró con la de aquel ser mágico.

—Alice —dijo con una voz sumamente suave y después de soltar una dulce risotada comenzó a dar vueltas revoloteando sus alas con mucho más ímpetu.

La joven volvió su mirada al príncipe Saimon que la observaba sonriente y como respuesta ella le regresó la sonrisa para después fingir posar su mirada sobre los rosales. Contó hasta tres y volvió a mirarlo, esta vez estaba observando la flecha de madera con punta de hierro que sostenía en las manos con escepticismo puesto que aquel objeto ya lucía viejo y oxidado.

Alice aprovechó la exagerada concentración del príncipe para poder adentrarse al bosque y seguir al hada. Corrió tras ella con desesperación, pero entre más adentrada estaba en el bosque menos podía seguirle el ritmo.

—Espera. — pidió con la voz entrecortada. No podía respirar con normalidad.

Ella hizo un movimiento rápido en espiral y después salió disparada al cielo atravesando las hojas de los pinos. Acción que la obligó a detenerse al no saber por donde se había ido aquel diminuto ser y solo era capaz de escuchar sus dulces carcajadas como un molesto eco.

— ¡Soy yo! — gritó desesperada girando en su eje para no tener ningún punto ciego — ¡Soy Alice Willow! ¡Alice Willow! ¡Mi nombre es Alice Willow!

Guardó silencio sin dejar de mirar a su alrededor y solo entonces se dio cuenta de que ya no se escuchaban las risas.

—Por favor. Por favor. Por favor. —repitió afligida sintiendo que había perdido una oportunidad. Sus ojos comenzaron a escocer soportando las lágrimas que estaban por brotar.  — Por favor. Por favor... Te lo suplico. Vuelve y llévame a casa.

Con un atisbo de esperanza Alice comenzó a dar otra repasada rápida en su busca, sin embargo, ya no había rastro de ella.

—¡Mierda! — maldijo bajando la mirada en desconsuelo sopesando la soledad.

No obstante el silencio no duro mucho. Apenas había sido consiente de lo que había pasado cuando escuchó el crujir de las hojas secas a su espalda y cuyo sonido era acompañado de una respiración tosca y espesa. Lentamente y con temor miró hacia atrás solo para encontrarse con lo que parecía ser un jabalí.

Se le cortó la respiración por el terror.

El animal la miró fijamente con desconfianza mientras la olisqueaba a lo lejos con inhalaciones feroces. «No te muevas», dijo para sus adentros. «No respires», se insistió. Pero tal pareciera que Adeline no pensaba lo mismo que ella, y lo descubrió cuando comenzó a percibir la perdida de su control total; tanto del cuerpo y de la voz, el como cada musculo se tensaba y se aferraba en desobedecerla.

¡No ahora!

La joven soltó un grito desgarrador, algo que Alice no hubiera hecho en lo absoluto estando en su juicio. Pero ya había gritado y eso había provocando que el animal se pusiera en guardia y se preparase para atacarla.

«Corre, Adeline. ¡Corre!», suplicó deseando que la joven que ahora tenía el control de aquel cuerpo acatara la orden.

Cuando el animal comenzó a moverse en su dirección, ella comenzó a correr hacía el castillo. Corrió por entre los pinos rezando por no estamparse con alguno por lo deprisa que iba. Su respiración agitada y su corazón acelerado le daban a entender que estaba a punto de morir si no corría más rápido. Pero entre más corría, sus pensamientos comenzaban a salir a flote, como un recuerdo.

EL HECHICERO DE VALHALLADonde viven las historias. Descúbrelo ahora