Capítulo 22: En plato frío

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Camino junto a Juan una vez que hemos entrado en el módulo tres. Tengo las manos sudorosas y estoy seguro de que por la frente me cae algún que otro chorreón. Definitivamente, ha sido una muy mala idea decir aquello. Yo no quería sonar de esa manera. Yo no quería entrenar a Candela ni parecer un idiota delante de Bibi. ¡Qué van a pensar de ello!

—No sé cómo has dejado que dijese aquello.

—¿Yo? Porque soy tu amigo.

—Precisamente porque eres mi amigo deberías haberme callado o haberme hecho algún gesto que me avisase de que lo que estaba diciendo era una completa estupidez y una locura.

—Precisamente porque soy tu amigo considero que nunca en tu vida has dicho nada más sensato que lo de hoy a mediodía.

Me paro en seco y le miro a los ojos con un semblante recto. Juan no se achanta ante esas cosas y más porque me conoce de sobra.

—No me mires con esa cara y camina que nos está esperando Candela.

—Si no supiese que tienes novia, cualquiera diría que te gusta Candela.

Juan se ríe amplio.

—No me gusta Candela. Estoy bastante enamorado de mi pareja. Casi tanto como tú de Bibi.

—Entonces debe de ser bien poco.

—¡Og! Claro, claro... —Juan se parte de la risa en mi cara y yo pongo los ojos en blanco esperando a que deje de decir que a mí Bibi me gusta de alguna forma. Aunque sea verdad. No quiero que nadie lo diga en voz alta porque... parece hacerse realidad y eso me asusta enormemente.

Respiro hondo y cruzo al interior de la cancha. Candela está sentada en las gradas. Es la primera persona a la que veo. En la pista hay más gente, pero no logro distinguir dónde está Bibi. A Thomas lo ubico al segundo de entrar. Los trabajadores no son tan altos y una persona de dos metros y ocho centímetros no es tan fácil de esconder. Parpadeo lento. Pienso que no debo estar aquí. Juan se ha adelantado en mis pasos y ya está junto a Candela. Me acerco despacio y, mientras ellos hablan, me doy cuenta de que Bibi no está.

Como si intuyese el viento que desprende, la siento pasar por mi lado derecho. Giro mi cara y mi vista hasta verla andar. Sus ojos se cruzan con los míos, pero no emite ninguna palabra. Ningún saludo ni ninguna sonrisa apaciguadora. Camina y coloca su visión en Thomas, quien la espera en la pista.

—Yo creo que somos muchos. Yo prefiero descansar. Me he quitado la venda en el entrenamiento y debería reposar la mano un poco más.

—La mano la tienes perfecta y tú de aquí no te vas —sentencia Juan.

—¿Dos jugadores para enseñarle cuatro pases básicos a Candela? Yo creo que sobro. Enséñaselo tú y listo.

Vuelvo mi cuerpo hacia la salida y doy dos pasos contados.

—Gus, por favor. No te vayas. Hazme caso, aunque sea solo una vez. —Candela me sostiene el brazo con sus dos manos en forma de círculo.

Bajo la vista hasta ella y veo su cara de lástima. Si está intentando hacerme cambiar de opinión con tonterías sentimentales... lo está consiguiendo. Me odio un poco a mí mismo por ser de ese modo. Regreso mi vista a Bibi. Nunca debí venir. Eso lo sé yo y lo sabe todo el mundo.

—Bien. Quedamos en una cosa. Te enseña un poco Juan y yo me quedo a vuestro lado. Pero nada más. En media hora o cuarenta minutos nos vamos. Nosotros tenemos que descansar que mañana hay partido.

—Vale. Lo cumplo todo. —Candela asiente entusiasmada.

Me suelta el brazo y se dirige con Juan hacia una de las canastas. Yo les sigo y me quedo al lado. A mis espaldas están Thomas, con varias personas, y Bibi. Sigo sin creérmelo. ¿Cómo vas a preferir que ese imbécil te enseñe algo? Me giro para mirarle un segundo y está enseñándole a Bibi una mala técnica de cómo lanzar a canasta. Carraspeo y bufo. Niego con la cabeza y Juan me mira cuando regreso la vista a ellos.

Un amor de alturaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora