Capítulo 48: Sergio y las orcas

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Todavía me duelen los hombros y tengo la mano aún lastimosa. Esta mañana temprano me he quitado el vendaje. Tampoco está tan mal. Fue un golpe tonto. Ya casi ni lo noto. Dormir con Fran fue una de las cosas más raras del momento. Pasar de haber tenido el cuarto para mí solo a tener que compartirlo con Fran, por órdenes estrictas de Jorge, no es algo tan guay. Estoy seguro de que él piensa lo mismo. Alejarse de su casa y de su novia barra guion mujer barra guion futura madre clarísima de sus hijos no es algo que le apeteciese demasiado. Y más si se trata de pasar las noches conmigo. A mí tampoco es que me haya encantado. Antes disfrutaba de la soledad de poder traer a Bibi cuando quisiese y ahora no sé cómo lo haremos para disfrutar de una siesta juntos. ¡Ay, Bibi! Siempre tan extraña. Siempre en mi cabeza intentando entenderte. ¿Qué cosas hay que no me cuentas?, ¿qué cosas pasan por esa cabeza?

Regreso al mundo real en el que estoy sentado en el comedor junto a todo el equipo intentando desayunar. Jorge está en nuestra mesa, al igual que Juan, Fran, Alejandro, Sergio... Ninguno de ellos se ha dado cuenta de que me he quitado el vendaje. O tal vez sí lo hayan hecho pero no han querido opinar. Pol también se deshizo del suyo y por suerte ahora solo tiene una pequeña gasa protectora en la herida que se hizo. Chocar dos cabezas... Normal. Estos niños están hechos de acero puro y duro. Jugueteo con la comida de mi plato y reviso todo el lugar. Bibi y su equipo de guías aún no ha bajado a desayunar. Hoy tenemos entrenamiento por la tarde, quizás haya querido descansar en la mañana y, sobre todo, después de la casi regañeta que se llevó por parte de Jorge sin comerlo ni beberlo. ¿Por qué me defendió?, ¿por qué se echó las culpas? ¿Fue un acto reflejo o es que siempre está acostumbrada a esas cosas? Fui yo quien le pidió salir a comer, no ella.

—Te has desecho del vendaje. —Suelta Sergio cuando me mira a la mano luego de haber comido dos napolitanas y un gofre con café por la mañana. ¡Por fin! Parece que mi mano no ha pasado tan desapercibida como yo creía.

—Sí. Estaba algo cansado de llevar eso puesto y el golpe no fue para tanto. Ya he descansado y está mejor.

—Debes cuidarte más. No quiero que nadie se lesione —expresa Jorge más serio de la cuenta.

Asiento calmado y mis ojos viajan hasta la entrada del comedor. Entra una joven con el pelo suelto, una camiseta marrón de mangas cortas ceñida a su cuerpo, casi a modo de corset, unos pantalones vaqueros, algo anchos en el final de la pierna, y unos tenis blancos. ¡Un momento! ¿Qué? Paro de jugar con la comida y agrando los ojos de par en par. Bibi lleva el pelo suelto. Bibi lleva ropa que no es la del uniforme. ¿Qué hace Bibi así? Creo que he debido de quedarme demasiado tiempo mirando atónito a la figura de Bibi, ya que todos siguen mis ojos y, de repente, la mesa completa la está observando sentarse en una mesa. Cierro los ojos y respiro leve.

—¡Madre mía! —exclama Sergio al torcer su cuello nuevamente hacia el frente.

—Esa mujer es bonita se ponga lo que se ponga. —Suelta Miguel.

—No están aquí para hablar de los atributos de nadie, ¿entendido? —Jorge sigue comiendo y me mira de reojo en un intento de comprender qué está sucediendo en mi cabeza.

Yo trago saliva costoso. Está preciosa. Preciosísima. Siempre lo está. Para mí, siempre lo está. Pero es que verla con el pelo suelto... es otro mundo. Verla con su ropa de verdad, lo que ella se pondría en su día a día... Es ahí cuando deja de estar monopolizada por el trabajo y se puede ver más el estilo que ella lleva. Es increíble. Combinando ropa es increíble. Aunque estoy casi seguro de que se acercará y me dirá que se trata de la ropa de Candela, que ha sido ella quien se la ha prestado. Pienso en eso y sonrío sin querer.

—¡Uh! ¿Qué te pasa, Gus? —pregunta Pol por lo bajito.

—Nada. Me estaba acordando de una cosa.

Un amor de alturaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora