Capítulo 1

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Me llamo Tomás. Soy Tom para los amigos, y "mi Tommy bonito" para las novias. Tengo dieciséis años y voy a bachiller. Mi madre tiene muchas esperanzas en mi futuro y en las cosas que tengo que hacer, y desde que mi padre murió, verme madurar es lo único que la hace feliz. Claro que me sigue llamando "mi niño del alma" y similar, obvio. Pero verme a mí feliz es lo único que la hace sonreír.
  –¿Tienes planes para hoy?
  –Sí. Tengo clases de apoyo.
  –¿Apoyo? ¿Para qué?
  –Para mejorar asignaturas.
  –Sí. Como la de la hora del recreo, por ejemplo. En ésa necesitas mejorar muchísimo.
  Me guiñó un ojo.
  –Voy mal en inglés –confesé, bajando la voz.
  –Claro. Como decir Hello, my name is Tomás es taaaan difícil.
  –No sólo se dice éso. Estamos dando el past participle, ¿recuerdas?
  Luna movió los ojos en círculos y, seguidamente, fijó la mirada en una persona que andaba por detrás de mí.
  —Mira quién viene por allí.
  Era Verónica, mi novia.
  Verónica se acercó hasta nosotros, se agachó –estábamos sentados en un banco–, y me dio un pico. Luna se levantó para darle dos besos a Vero. Le saludó y ésta última se sentó en el hueco que mi amiga había dejado inintencionadamente libre.
  –Hola, Lidia –dijo, sin tan siquiera mirarla.
  –Es... Es Luna. Pero no pasa nada, llámame como quieras.
  Luna se esforzaba mucho en intentar caerle bien a mis novias. En otros tiempos, si alguna la hubiera llamado Lidia, le habría pegado una bofetada. No haberla ni insultado ya era un gran logro.
  –Amor, ¿vamos a tu casa? –me preguntó Vero.
  En teoría, no podía por las clases de apoyo. Además me sabía mal dejar a Luna de lado después de haberla dicho que ya tenía planes. Pero Vero me dijo el día anterior que tenía una sorpresa para mí, y me picaba mucho la curiosidad de saber qué era. Estuve por preguntarle que si mi casa tenía algo que ver con la sorpresa, pero quizá no quisiera que Luna lo supiera.
  Yo qué sé. Cosas de chicas.
  –La verdad es que tengo clase -dije bajo la mirada de mi amiga.
  –¿Qué? Todos los días tienes clase. Vamos, te tengo una sorpresa preparada. Y te va a encantar –susurró.
  Al parecer no le importaba tanto que Luna supiera lo de mi sorpresa.
  –Yo me voy –informó Lu–.Tengo cosas que hacer.
  –Luego hablamos –contesté rápidamente.
  –Claro –respondió seria.
  –Adiós, Lidia –miré a mi novia con una media sonrisa para que diera a entender que no me gustaba que tratara mal a mis amigos, pero tampoco enojado para que no se enfadara ella–. O sea, Luna.
  Y, con grandes zancadas, desapareció de nuestra vista.
  –Vamos –Verónica se levantó enérgicamente y me tendió su mano derecha–. Tengo muchas ganas de enseñártelo.

Mi madre estaba en casa, pero se iría en breve a trabajar. Ella era dependienta en un supermercado de la zona, y con su sueldo teníamos que conformarnos para vivir una vida social media-baja. Como sacaba buenas notas, no teníamos que gastar dinero en clases concretamente particulares; sólo tenía que ir una vez a la semana a una academia, para no bajar la guardia y cosas de ésas.
Abrí la puerta de mi casa torpemente, mientras Vero daba saltitos detrás de mí. Me alegraba verla tan contenta. Al fin y al cabo, era mi novia.
  Mi madre nos dio dos besos a cada uno y se fue en apenas dos minutos, diciendo que llegaba tarde y que nos portáramos bien.
  Verónica subió rápidamente a mi habitación y me pidió que me quedara allí esperando, en la cocina. Obedecí mientras pensaba en de qué podía tratarse esa sorpresa suya. Claro que, todo el mundo pensaba que era muy estudioso e inocente, y lo era, pero como buen adolescente también se me había pasado por la cabeza la idea del sexo. Tanto Verónica como yo teníamos dieciséis años, pero, bueno... ¿Nunca es pronto para empezar?
Todo lo que me sobraba de conocimientos de Geografía o Matemáticas, me faltaban de sexo.
Me acordé de Luna, que en esos momentos debía de estar andando dirección a su casa. Más tarde la llamaría para quedar con ella y que no se sintiese mal. Ella no tenía novio, lo que me parecía una tontería, pues tenía todo lo que un chico pudiese querer. Sin embargo, yo no la quería como novia. Por una razón: y es que lo tenía todo, menos unos ojos que enamoraran.
  Muy cursi para un chico de dieciséis años, lo sé. Pero soy muchas cosas por dentro que por fuera no aparento.
Sólo esperé que Luna no se hubiera enfadado. Es muy buena amiga y no quería que se cabreara por una de mis novias. Dicho así, suena un poco a que soy un putón, por haber tenido muchas novias que no han acabado bien. Pero habría estado dispuesto a romper con cualquiera de ellas con tal de no perder a Lu.
  –¡Tommy! –alguien me llamó–. ¡Ya estoy lista! ¿Subes?
  Sin saber por qué, subí a toda mecha por las escaleras hasta llegar a mi habitación.
  Abrí la puerta, con una estúpida sonrisa en la cara y la vi con un provocativo vestuario y una cartas en la mano, de la forma que lo haría una prostituta.

Reflexiones de un chicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora