Capítulo 3

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Cogí mi móvil y busqué entre los contactos a Luna.

Lara Ex.
Laura Ex.
Lidia Ex.
Lorena Ex.
Lucía Ex.
Luna.

  –¿Tom?
  –Hola, Luna.
  –Buenas. ¿Todo bien?
  –Necesito hablar contigo, Lu.
  Le conté a mi amiga todo lo que había pasado, con detalles, e incluidos mis pensamientos. Luna me había demostrado muchas veces que podía contarle lo que fuera, y ella no iba a decir nada ni a juzgarme.
  –Bueno, ahora que lo habéis dejado, puedo decir sin miedo que Verónica es una puta –comentó cuando acabé.
  –Literalmente –susurré.
  –¿Estás bien?
  –Más o menos. Nunca pensé que a alguien le hiciera ilusión de verdad prostituirse.
  –Esa clase de ideas sólo se le pasan por la cabeza a la rubia de Vero.
  –¿Cuántas veces te he dicho que no juzgues a mis novias por su color de pelo?
  –Exnovias –corrigió con énfasis.
  Aquella conversación fue una mezcla de sentimientos de apoyo de un amigo, e interminables punzadas en el corazón. Me dolió romper con ella, pero no sólo porque sabía que me había engañado –y porque además lo había admitido–, sino porque se había acostado con adultos sinvergüenzas, haciéndole perder un poquito de dignidad a mi reciente ex.
  –¿Quedas? –preguntó Luna.
  Noté cómo sonreía al otro lado del teléfono.
                               *
Crucé el parque principal para llegar al bar que había entre medias de un parque y otro. Luna y yo habíamos quedado en un banco detrás de la fuente del segundo parque. Iba solo, andaba tranquilo. Me arrepentí de no haberme llevado los auriculares y escuchar un poco de The Hectic Glow mientras caminaba, pero el sonido de los pájaros tampoco me disgustaba. Lo único que no podía subir tanto el volumen como para obligarme a dejar de oír mis pensamientos.
  Encontré a Luna en el mostrador del bar, cinco minutos antes de la hora acordada. A los dos nos gusta llegar puntuales a los sitios, y si es un poco antes, mejor.
  –Chocolate con nata. Dos –la oí decir.
  Me acerqué y le tapé los ojos con mis manos mientras el heladero abría el refrigerador.
  –¿Quién soy? –la pregunté.
  –Mmmm... No sé. ¿George Clooney? –dijo graciosa
  –Negativo.
  –¿Brad Pitt?
  –No.
  –¿Johnny Deep?
  –No. Soy mucho más guapos que todos esos cachas.
  –¡Ah! ¡Ya sé! –exclamó–. ¿Zayn Malik?
  Aparté las manos, dejándole ver quién era.
  –¡Hombre! ¡Tomás Hernández!
  –¡Hombre! –repetí, imitando su femenina energía.
  –Eres un mentiroso. Por un momento, llegué a tragarme de verdad que eras más guapo que Brad Pitt.
  La golpeé sin fuerza en el brazo, mientras ella reía. Amaba su risa. Era de las mejores risas que había oído en mi vida; limpia, sonora. Me encantaba. En comparación, yo parecía un mono enfadado mientras que ella era la típica ninfa con cantos hermosos que mataba a los marineros.
  Marineros...
  Mierda.
  Verónica y su provocativo traje de marinera que había llevado puesto minutos antes volvieron a mi cabeza.
  Sin darme cuenta, debí de poner una expresión triste en mi cara, pues Luna me preguntó:
  –¿Quieres que hablemos?
  Su tono parecía preocupado. Sus ojos verdes y cansados me miraban con simpatía, esperando que empezara a desmoronarme como solía hacer cada vez que una chica con tetas grandes me dejaba –aunque en este caso, la dejé yo a ella. Ella sólo quería follar–.
  Le conté un poco acerca de mis sentimientos. Al fin y al cabo, era mi amiga, y no tenía por qué ocultarle lo que sentía. Le dije que me dolió, que no me esperaba eso de ella a pesar de los rumores, y que no había vuelto a saber nada de ella desde que se marchó de mi casa. Luna me escuchaba atentamente mientras me desahogaba un poco, pero sin venirme abajo. Ella empezó a contarme movidas que había tenido con sus amigas, para que no estuviéramos todo el rato hablando de mí y de mi experiencia. Finalmente optamos por dar un paseo alrededor del parque, cuando terminamos los helados, ya que no teníamos prisa y aquel día hacía muy bueno.
  –¿Sigues enamorado de ella? –me preguntó de repente.
  –No lo sé.
  Supuse que sí. A mí Verónica me seguía gustando, a pesar de que me hubiera estado engañado.
  –Quizá deberías pasar página –me recomendó.
  –He pasado de página tantas veces que ya no sé dónde empieza y termina el libro.
                               *
Volví a casa a las ocho y media pasadas. Estaba cansado. Abrí el grifo y en tres minutos me duché. No me apetecía hacer mucho, salvo ver la tele hasta que llegara mi madre. Así que eso hice.
  Revisé las notificaciones en mi móvil. No tenía ningún mensaje ni llamadas perdidas, pero alguien había subido una foto mía a Twitter y me había etiquetado. Era Luna quien subió la foto. Era de ese día por la tarde. No suelen gustarme las fotos y no me hago muchas, pero a Luna le encantan y tenía una calidad de cámara impresionante. Así que siempre acabábamos haciéndonos fotos.
  No puse ningún comentario porque no tenía ganas. Mañana por la mañana la diría algo.
  Tras media hora viendo un programa medianamente bueno, me puse a escuchar música. The Hectic Glow, concretamente. A los pocos minutos de empezar la canción The Healing, y si no hubiera sido porque no tenía puestos los cascos, no habría oído alguien que llamaba al timbre. Me acerqué corriendo a la puerta y observé por la mirilla. Era una chica rubia, de ojos azules y destacados labios rosas. No la conocía, y pensé que era de propaganda, así que no abrí. Pero ella insistió dos veces más, así que tuve que abrir.
  –¿Qué te pasa? –chillé sin querer y sin pensar.
  La chica seguía sonriente, sin cambiar ni un sólo músculo de su cara. Me tendió la mano, la cual yo miré extrañado, y me saludó con un animado hola, imitando mi tono de voz.
  –Me llamo Marina. Soy tu nueva vecina de enfrente –dijo, señalando la casa situada delante de la mía.
  –Ah, hola –dije seco.
  –¿Tú quién eres?
  –Soy Tom.
  –Encantada –respondió.
  –Bueno, en realidad soy Tomás. Pero ya sabes; todo el mundo me dice Tom.
  –Guay. ¿Y tu madre?
  ¿Para qué puñetas quería saber ella donde estaba mi madre?
  Lo peor es que parecía tener mi edad.
  –Trabajando. ¿Por?
  –Mi padre quiere que quedemos un día de estos y nos conozcamos.
  –Ella llegará sobre las diez, diez y media. Ya se lo diré.
  –Vale. No solemos estar mucho en casa.
  –¿Cómo puedo comunicarme contigo?
  –¿Me das tu número?
  Sin ninguna puta razón, me entró la tos. Vaya. Esa chica no se cortaba para nada.
  –¿Estás bien? –me preguntó.
  –Sí, sí. ¿Qué me decías?
  –Que si me das tu número para que me comentes lo que te diga tu madre.
  Carraspeé un poco, pero finalmente se lo di.
  Nos despedimos y ella se dio la vuelta dirigiéndose a su casa. Me quedé mirándola como un idiota mientras se iba. La chica era guapa, y me encantaba su dulce voz. Aunque tal vez algo empalagosa.
  Marina llegó a la puerta de su casa, cogió las llaves de uno de sus bolsillos traseros y se adentró en su domicilio.
  Cinco minutos después de que ella hubiera entrado, yo seguía mirando la puerta de madera blanca de su casa.
  Y, si no hubiera sido porque todavía me quedaba un poco de dignidad, no habría escuchado el teléfono, que en esos momentos sonaba.

Reflexiones de un chicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora