Capítulo 4

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Casi de milagro, llegué a tiempo a coger el teléfono.
  –¿Sí? –pregunté exhausto.
  –¿Tomás Hernández?
  –Soy yo –dije, aún intentando recuperar el aire.
  –Buenas tardes, lamento molestarte a estas horas. Te llamo de tu instituto, el Joan Pérez. No sé si me reconoces; soy Elena, la jefa de estudios.
  –Sí, sí. Buenas tardes, Elena. ¿En qué la puedo ayudar?
  No me podía creer que un jueves por la tarde me llamara la jefa de estudios de mi instituto.
  –Verás, llevo un par de días intentando decirte algo, pero no te encontraba por ninguna parte, y sé que tienes muchos exámenes así que no quería molestarte en las horas de clase.
  –¿Y en los recreos? –pregunté, arrepentindiéndome en seguida.
  –Bueno, los recreos están para que descanses y te dé el aire. Tantas horas en un espacio cerrado no son buenas para tus hormonas a esta edad.
  Como si usted supiera de hormonas.
  –Comprendo –dije–. ¿Y qué quería decirme?
  –El caso es que va a haber un concurso de sudokus este mes, y todos los institutos de la ciudad participan. Viendo las notas que sacas en Matemáticas, pensé que quizá tú podrías representar al Joan Pérez este año en el concurso.
  –¿Sudokus, dice?
  –Sí. Si quieres, puedo mandarte un correo electrónico con las bases y la información del concurso, para salir de dudas. Seguro que lo tengo apuntado por aquí...
  –Doña Elena –la frené.
  No quería llevarme bien con la jefa de estudios.
  Ya me veía caminando por el pasillo y que de repente la viera y me saludase, delante de todos
  –Su petición me halaga mucho, y realmente me encantaría representar a mi instituto en un concurso tan importante como este, pero debo de pensarlo. Ahora mismo no me ha pillado en un buen momento y necesito comentarlo con mi madre y tal...
  –Por supuesto –respondió–. No tienes por qué hacerlo si no quieres. Nadie te obliga.
  –Lo sé, pero no he rechazado su oferta.
  –Ya, ya. En cualquier caso, piénsatelo. Intenta decírnoslo cuanto antes, porque si tú no quieres, tenemos que encontrar a otro para mediados de este mes.
  –Claro, doña Elena. Les avisaré en cuanto haya tomado una decisión.
  –Estoy segura de que harás lo correcto –escuché a alguien dando pasos–. Ya nos veremos en el instituto, Tomás.
  –Nos vemos, Elena.
  –Doña Elena –dijo una voz tremendamente grave–. Le ordeno ahora mismo que retire las cosas de la mesa y se quite la rop...
  En ese momento colgaron.
                                  *
Oh dios mío, estoy tan emocionado con el concurso de sudokus que voy a llamar a todo el mundo para decírselo, wiii.
  Por favor.
  ¿Sudokus? ¿En serio?
  Ya no saben cómo llamar la atención de los adolescentes
  Y pensar que me había hecho una maratón para atender a esa llamada.
  Subí a mi habitación para retomar mi actividad de escuchar música. Volví a mirar la hora: 21:26. Mi madre llegaría en una hora aproximadamente.
  De pronto, una brisa procedente del piso de abajo cerró la puerta de mi habitación de un sonoro golpe. Bajé: había estado tan ocupado haciendo mi sprint para llegar al teléfono, que me había dejado la puerta de mi casa abierta.
  La cerré inmediatamente y me aseguré de que no hubiese entrado nadie. No había nada fuera de su lugar, pero sí me había encontrado un amiguito que había derramado la leche —a saber cómo— de la nevera y se la estaba bebiendo con su espesa lengua. Intenté acercarme, pero al dar un paso, él se dio cuenta de mi presencia y me miró. Sus ojos azules eran terriblemente penetrantes, y la luz procediente de la ventana de la cocina hacía brillar su pelaje negro azabache. Seguí acercándome muy lentamente. Al principio retrocedió asustado al ver que no tenía ninguna salida sin pasar antes por delante de mí. Hasta que se dio cuenta de que tenía una puerta abierta a su lado derecho.
  Echó a correr y yo fui tras aquel gato negro. Corría rápido, y saltaba con facilidad los obstáculos que había en su camino. Finalmente, le atrapé tirándome al suelo, cogiéndole del lomo con sumo cuidado. Él empezó a maullar, y yo le decía que se relajara, que no tenía de qué asustarse. Se quedó quieto y, por primera vez, no corrió cuando me vio acercarme. Lo cogí cuidadosamente y le acaricié. Al poco rato estaba sentado en el sofá con aquel gatito negro ronroneando en mi costado. Hacía dos años tuve un gato de mascota. Se parecía a él, pero era marrón oscuro con manchas blancas. Un día llegué del instituto muy feliz porque había sacado buenas notas, y encontré a mis padres alrededor del gato acariciándole la barriga y dándole agua. Me dijeron que estaba muy enfermo, pero que era fuerte y se recuperaría. Aquella semana fueron al veterinario todos los días, pero no me dejaron acompañarles ninguno. A la semana siguiente mis padres me contaron que se había escapado. Yo tenía catorce años y no era tonto, así que sabiendo en las condiciones que estaba mi gato, sabía que habría muerto. Me metí en la cabeza que había sido un mal dueño y que murió porque no le había cuidado, y aunque lo superase, sigo pensándolo. Desde entonces tuve miedo de volver a tener mascota así que no volvimos a tenerla. Medio año después mi padre murió por cáncer de pulmón por culpa del tabaco. Pero esta vez mi madre no podía inventarse la excusa de que mi padre se había escapado de casa.
  Es frustrante que te mientan sólo porque piensan que no vas a aceptar la verdad, y es más frustrante aún cuando sabes que te estás mintiendo.
                                 *
Llamaron a la puerta.
  –¡Toc toc! –gritó alguien desde el otro lado de la puerta.
  El gato negro salió disparado al oír los golpes y, de mala gana, me levanté a abrir la puerta.
  Abrí y me quedé mirando a la perdona que había llamado. Sinceramente, era la última persona que me apetecía ver y a la que menos me esperaba. Me mantuve callado para no soltar uno de mis típicos «¿Qué quieres?» bordes, pero no decía nada, así que lo solté.
  –¿Qu...?
  –Se me había olvidado decirte una cosa –me interrumpió.
  –Tú dirás, Marina.
  Mi nueva vecina se aproximó dos centímetros hacia mí. Llevaba puesta la misma ropa de antes, pero en vez de sus zapatos ahora calzaba unas cómodas zapatillas de andar por casa blancas con dibujos de unicornios y, por alguna razón que no llegué a comprender, unas orejas de conejo lilas llenas de pelo en la cabeza.
  Le quedaban preocupantemente bien.
  –Pues a ver... –cerró los ojos y suspiró–. Mira yo sé que no te caigo especialmente bien, pero el lunes me meto en el insti y necesito a alguien que me ayude un poco, sólo estos días. Eres el único que conozco y, joder, échame una mano esta semana y luego te dejaré en paz.
  En ese momento, le habría soltado un "no hacía falta que me lo dijeras así, pidiéndomelo bien lo habría hecho igual", pero entonces me di cuenta de que era mentira.
  En aquellos minutos conocí sorprendentemente rápido a mi vecina de enfrente, tanto en cómo era de personalidad y en cuánto le gustaban los disfraces.
  –Vale –respondí–. Pareces interesante.
  Marina estaba seria, como enfadada, haciendo notar que sólo había venido a mi casa para pedirme ese favor. Pero sonrió en cuando la dije eso. Agachó la cabeza, se puso un tanto roja, se apartó el pelo de la oreja izquierda y sonrió.
  Adentré mi cabeza en el interior de mi casa y observé rápidamente un gran reloj cronológico en el que se podía ver la hora perfectamente.
  22:01.
  22:01. La primera vez que hice sonreír a Marina.
  –Gracias.
  –Denada. Es verdad.
  Nos quedamos un par de segundos mirándonos a los ojos. Ella descubrió el profundo verde de mis ojos y a mí me dio la libertad de adentrarme en el mar que representaban los suyos. Diría que pude leer su vida a través de su mirada, pero mentiría. Sinceramente, me quedaba mucho por descubrir de ella.
  –Por cierto –se sacó el móvil de su bolsillo y lo encendió, dibujando el patrón y escribiendo algo–: ya tienes mi número.
  Me miró graciosa y volvió a guardar su teléfono. En el momento me llegó un mensaje de un número desconocido:
   »Hola. Soy Marina.
  –Qué original –pensé al leerlo.
  Nos despedimos de nuevo, esta vez sonrientes. Ella me dio dos besos en las mejillas y se fue dirección a su casa, dejándome con la intriga de cómo sería su vida a través de sus zapatillas de unicornios y sus orejas lilas de conejo.



Eeey gentecilla, he acabado el insti weee. A partir de hoy subiré más capítulos más a menudo, espero.
Ojalá que os esté gustando la historia! A mí sinceramente me tiene muy enganchada jajaja.
Ya os dejo! Hasta el próximo capítulo :3
Laura.

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