Capítulo 2

43 2 0
                                    

–Em... ¿Qué?
  –Hola, amor –dijo, chupando sensualmente uno de sus dedos y metiéndoselo en la boca.
  –¿Qué es todo esto?
  –Tu sorpresa.
–¿Esto es mi sorpresa?
  No podía salir de mi asombro.
Sinceramente, de Verónica me esperaba cualquier cosa. Y sabía que cualquier día se iba lanzar. Pero, no sé. No con un traje de marinera y el kamasutra plasmado en cartas.
  –Mi sorpresa es... ¿Sexo?
  Ella se acercó a mí gateando por la cama y me besó. Cogió el cuello de mi camiseta y tiró de él, obligándome irremediablemente a caer encima de ella.
  Gimió.
  ¿Qué hace? Si todavía no hemos hecho nada...
  Empezó a besarme por toda la cara, incluido el cuello, lo que normalmente me hace perder el control.
  –Veron...
  –Shhh –ordenó–. Lo vas a estropear todo.
  No sé cómo, pero yo acabé sin camiseta y ella completamente desnuda. En un momento, me echó de la cama y posó delante de mí, dándome la libertad completa de poder observarla. Entonces me di cuenta de que Verónica Cruz no era sólo guapa de cara.
  Cuando iba a lanzarme encima de sus bustos y tirarlo todo por la borda, sacó sus estúpidas cartitas de nuevo.
  –Elige una –me pidió.
Miré las cartas, donde toda clase de posturas, incluidas imposibles de hacer salvo para atletas profesionales, estaban dibujadas.
  Sin mirar, escogí una en la que la chica debía de hacer el puente mientras el chico estaba de pie en frente de ella.
  Fui a mirar con detenimiento la carta, cuando ella, con un rápido movimiento, me la quitó de las manos.
  –Ésa no –dijo.
  –¿Por qué? –pregunté ofendido.
¿Iba a dejarme con las ganas?
  –Ésa... Todavía la estoy practicando.
  ¿Practicando?
  –¿A qué te refieres, amor? –intenté ser suave y no parecer desesperado.
  –¿Te acuerdas del trabajo que te dije para el que estaba "estudiando"? –asentí. Recuerdo que me puse muy contento cuando me dijo aquéllo–. Bueno, pues... ¡Sorpresa!
  –¿QUIERES SER PUTA?
  –Se me da bien follar –contestó.
  –¿Me estás diciendo... Que vas a dejar que te manoseen unos cincuentones divorciados, con hijos, antes de que tú y yo, tu novio, lo hagamos? –pregunté.
Verónica y yo todavía no habíamos tenido sexo.
  –Es que... Amor... Visto así...
  Me sentía ofendido, indignado. Había oído rumores de que Verónica era una zorra, y yo en parte lo sabía, aunque la quisiera con locura, pero jamás pensé que quería ser prostituta, como quien dice que quiere ser científico.
  –No, visto así no. ¿Hace cuánto que "tu sueño es prostituir tu cuerpo"? –pregunté demasiado cultamente.
  –Dos meses.
  Dos meses...
  Llevaba saliendo con ella desde hacía tres semanas.
  –¿Has hecho algún trabajo ya?
  –La verdad es que sí. Me contrataron un par de noches unos amigos de unos amigos, para que les hiciera todo lo que pudiera hacerles. Me lo pasé muy bien –sonrió–. Y ellos también. Además, la polla de uno estaba así, súper jugosit...
  –¡CALLA! –exclamé.
  Nada de todo eso tenía sentido. ¿Qué clase de novia era la chica que tenía en frente?
  Se quedó mirándome con dulzura, esperando pacientemente que me quitara los pantalones. Realmente, no llegué a pensar que Vero pudiera estar desnuda delante de mí tanto tiempo sin hacer ni un sólo movimiento sexual.
  –¿Y bien? –cuestionó finalmente.
  –¿Y bien? –repetí–. No vamos a follar.
  –¿Por qué no? –preguntó decepcionada.
  Ella había sido la que me había decepcionado a mí.
  –Porque no me apetece correrme en la cara de alguien que sé que me ha estado engañado.
  –Pero sólo para divertirnos un rato... –murmuró.
  –A diferencia de ti, yo no me lo paso bien teniendo sexo con cualquiera.
  Me comportaba como si no fuera virgen.
  Ingenuo, Tom, ingenuo.
  –Yo no soy una cualquiera –respondió ofendida–. Soy tu novia.
  –Sí, una novia a la que la pagan por acostarse con hombres mientras su novio no puede pegar ojo esperando un puto mensaje suyo.
  Aquello me dolió, más a mí que a ella.
  –Te dejo.
  –Me he dado cuenta –dijo cabizbaja.
  –Por favor, vístete y sal de mi casa.
  Lenta y repentinamente, obedeció. Mientras recogía su ropa y se vestía, yo seguía sin camiseta, sentado en la cama, dándole la espalda. No era capaz de volver a mirarla desnuda, incluso me costaría volver a mirarla aun con cuatro abrigos de piel. Fueron unos minutos muy incómodos, no sé cuántos, aunque a mí se me hicieron eternos.
Por fin oí el sonido de la puerta de la habitación de mis padres cerrándose. Tímidamente, me di la vuelta y comprobé mi teoría.
  Efectivamente.
  Se había ido.

Reflexiones de un chicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora