Capítulo 5

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Cuando Mikaela llegó a su hogar lo primero que hizo fue encender la chimenea y cubrir los vidrios gruesos de las ventanas con mudas de ropa para oscurecer el lugar.
Su cuerpo congelado comenzaba a derretirse y cada extremidad de su cuerpo hormigueaba por el calor. La seguridad que sentía lo adormeció y solo logró quitarse las botas antes de caer dormido en su cama.

Despertó por los golpes en su puerta, horas después.

La iluminación era escasa, imposible saber la hora. Mikaela había apostado su suerte al ir a la montaña, buscando una escapatoria para los planes de la aldea, y nada parecía haber jugado a su favor.

—Un momento— pidió, aclarando su voz. Arrastró sus pies y quitó la ropa de las ventanas, permitiendo que la luz entrara en solo una de ellas. Enfocó su mirada y tanteó al suponer que ya era tarde, dentro de unas pocas horas caería el atardecer una vez más; aunque era difícil adivinarlo con la aldea repleta de árboles y la nubosidad constante.

Seguramente el grupo de caza estaba por volver, lo único que quedaba era ir a recoger algo de leña y, si hacía suficiente tiempo, comprar algunos suministros de comida.

Al abrir la puerta, Mitsuba estaba ahí.

—No quería interrumpir— dijo la rubia casi como un saludo—. Es solo que anoche no llegaste y... mi hermana...— como si se hubiera arrepentido, hizo un ademán con su mano para borrar sus palabras—. No importa. Tu y la chica no salieron hoy y ayer no supimos nada, y...

Mikaela recordaba a Mitsuba antes de que los arreglos entre ellos dos fueran decididos por alguien más. Antes no le costaba hablarle, a pesar de que nunca fueron amigos cercanos en la infancia; recordaba bien eso. La incomodidad entre ambos ocurrió después de que supieran que habían arreglado el matrimonio que debían cumplir.

—Eso— el rubio soltó un suspiro que dejaba detrás el cansancio. Todavía no se detenía a hacer memoria de lo que sucedió en el bosque, en la nieve. Sentirse diferente era algo que no sabía—. ¿La tormenta llegó hasta acá?

Mitsuba asintió. Al llegar solo se había percatado del clima frío y de los montículos de nieve pero después de regresar de una tormenta así, de un ajetreo así, su cuerpo no dio más que para acurrucarse en cama y dormir.

—Aoi me pidió que viniera a ver si estabas en casa. Sus nervios estaban contagiándose, quería pedirle a Kureto un grupo de búsqueda pero Shinya, Yoichi y los demás no han regresado— continuó. Mitsuba se tambaleaba entre el primer escalón de madera y el suelo, el nerviosismo le impedía mantenerse quieta en su totalidad.

Después del anuncio de su unión frente a todo el pueblo, ambos eran constantemente empujados para verse juntos más allá que los intercambios cordiales que tenían antes. Mikaela no podía llamarla "una amiga" y mucho menos una "enamorada". Su enamorada. Eran un pueblo pequeño y pocos habían pasado la mayoría de edad, alcanzado las habilidades acordadas para cada genero.
No tenían una lista formal, pero se enseñaba a cazar, a hacer los alimentos, a leer y escribir, a la construcción de casas y templos, a la realización de vasijas y prendas. Lo tenían todo entre ellos porque así fue enseñado de generación en generación.

Y cuando la madurez del aprendizaje cubría a alguno de los habitantes, eran bendecidos para formar una unión. Y después de eso, una familia.

Mikaela quería poner de su parte, sería solo un fastidio resistirse a lo inevitable.

—Yoichi no ha llegado pero ¿Tomoe está en la panadería? —los dedos de Mikaela se deslizaron por el ancho de la puerta de madera.
Mitsuba asintió.
Entre ambos se extendió un silencio curioso, uno que se acercaba a la incomodidad durante en tiempo en que ambos buscaban otro tema por decir.

Cuando el rubio separó sus labios para volver a hablar, el sonido de las pisadas sobre la nieve los alertó. Mitsuba fue la primera en ver detrás de la cabaña a las dos siluetas que se acompañaban al caminar. Una conocida y otra... nueva.

—También queremos saber si la panadería sigue abierta— saludó Krul. Su cabello caía sobre sus hombros y por su espalda. Gruesas capas de piel envolvían su cuerpo hasta los muslos, sus piernas estaban enfundadas en algodón caliente y las botas cubrían sus pies. No fue ella lo que dejó sin aliento a Mikaela.

Fue el chico a su lado.

Tenía algo familiar, algo que no alcanzaba por reconocer. Parecía tener la misma altura que él, Krul sujetaba su mano a pesar de que el muchacho no correspondía al agarre, en cambio lucía distraído. Su mirada color verde, el verde que portaban los árboles en primavera cuando éstos florecían, escrutaba las casitas que conformaban el fondo de la aldea. En momentos se extendía un temblor por su cuerpo, como si el frío fuera demasiado para él.

Cuando su mirada encontró a Mikaela, el rubio exhaló entrecortado.

La sensación de algo, una capa fantasma cubriendo su espalda, quemándose desde cuello hasta tobillos se extendió. Ardió al mismo tiempo en que las mejillas del muchacho se coloreaban; su frente, su nariz y sus labios.
Sucedió en menos de un segundo y desapareció tras un parpadeo. Mikaela habría jurado que no fue real pero el desconcierto en el acompañante de Krul indicaba lo contrario.

—¿Quién es él? —preguntó Mitsuba. La aldea era difícil de encontrar, pocas veces se llegaba la noticia o la visita de alguien nuevo por lo que tener a una persona desconocida era por más que sorprendente. Mikaela tenía la misma pregunta.

—Lo encontré en la tormenta anoche. Al parecer lo abandonaron en algún lugar cerca de la montaña o el mismo clima acabó con su familia, estaba solo. Mikaela y yo no podíamos dejarlo a su suerte— explicó la pelirosa. Su mirada apremió; el centro de atención fue, de pronto, Mikaela.
El nerviosismo cosquilleo en su garganta. Las explicaciones, en estos momentos, estaban por debajo de la nieve y Mika sentía que podía verlas. El frío comenzaba a doler.

—A-Ah. Sí, es... por eso nos tardamos tanto— respondió tartamudeando.

El muchacho de cabello negro arrugó su nariz y ladeó su cabeza, ofreciendo su oído y molestándose por la acción, luciendo más que perdido en su propio mundo. Parecía lejano al intercambio de los tres.
El cambio de escenario debía ser completamente distinto; aquí, donde el bosque parecía abrir paso a los caminos que los aldeanos ya habían limpiado, donde los árboles eran pocos y se quedaban a la periferia, donde los animales no se acercaban.

—Se llama Yuuichiro— dijo ella. El nombre llamó su atención, Krul ganó un movimiento en su mano al ser apretada. Parecía una forma de comunicar estar de acuerdo o de reaccionar ante el llamado.

—Yuuichiro— repitió Mikaela. El muchacho alzó su cabeza con brusquedad y se abalanzo hacia adelante. O lo intentó. La mano de Krul lo sujetó con fuerza y tiró de él hacia atrás para mantenerlo a su lado, ganándose al instante un gruñido como queja.

—Entonces vamos allá. Voy a preparar sopa de patatas con crema para Yuu y para mi— retomó Krul. Sus pasos se reanudaron, aplastando las hojitas y el césped congelado debajo de sus botas.
Llegaron juntos hasta la pareja frente a la casa en donde se detuvieron y una sonrisa fue dedicada para el rubio—. Mikaela, para ti también habrá sopa si nos compras hogazas de pan caliente.

Krul se dirigía a él, pero Mikaela no tenía espacio para ver a nadie más que a Yuuichiro. 
Y parecía que el pelinegro también.




* * *

Que sí, que va mucho tiempo perO dije que no iba a abandonarlas. No está en mis planes, así que tengan otro poco de los cachorros.

Bonito inicio de semana! Nos veremos en más actualizaciones

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⏰ Última actualización: Feb 06, 2023 ⏰

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