10.5.- Disculpas

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Silencio. La paz y la soledad de la oscuridad me acoge mientras que yo me fundo con la negrura del lugar tipo callejón que encontré entre dos edificios del complejo.

Si por mi fuera, ni siquiera seguiría en la escuela, pero definitivamente no voy a salir por la entrada principal después de lo que pasó. No podría mirar a nadie a la cara.

No podría mirar a nadie.

¿Qué rayos está mal con ellos? ¿Qué demonios les hice yo para tener que merecer eso? Si algo tengo claro es que, sin importar lo que alguien haya hecho, absolutamente nadie merece pasar por ese tipo de humillación.

La pintura rosa que me cayó encima ya se seco, y es fácil deducirlo gracias a que mis movimientos se ven más limitados. Incluso se podría decir que son más tiesos que antes. O así lo siento yo al menos.

Mi teléfono empezó a vibrar sin remedio por las llamadas entrantes que empezó a recibir una vez salí corriendo desde hace un buen rato. No me importa demasiado. Se que es Ochako, o incluso Iida. Están preocupados por mi y es comprensible. Pero no me siento con ganas de responder.

Un momento después llega una notificación diferente al teléfono: un mensaje. No puedo decir que me vea más inclinado a responder un mensaje que a responder una llamada, pero igual logré hacer uso de fuerza de voluntad suficiente para estirarme por el teléfono tendido a mi lado.

Esto es irreal, casi me dan ganas de romper algo.

Casi me dan ganas de romperme.

Los ojos me empiezan a escocer de nuevo mientras observo lo que me llegó. Algún idiota descerebrado decidió que era buena idea documentar lo sucedido. No tomaron solo fotos, incluso había videos rondando los grupos de la universidad.

Que buena forma de arruinar a alguien.

Ni siquiera intento detener las lágrimas, las dejo resbalar por mis mejillas con libertad mientras que me aferro con fuerza al celular. Si me horrorizó lo que decía el enorme cartel que colgaron, no se ni siquiera cómo debería reaccionar a los comentarios que hacen al respecto.

Esto es totalmente patético. Yo soy patético.

Escucho unos pasos a lo lejos, acercándose hacia donde estoy. Como si el público de hace un rato no me hubiera bastado.

Alcanzo una de mis libretas y dejo mi teléfono en donde estaba en el piso. Si se atreve a acercarse más de la cuenta —quien quiera que se esté acercando— no dudaré en lanzarle la libreta. Total, probablemente se atrofiaron los apuntes.

Cuando escucho los pasos lo suficientemente cerca como para deducir que está a un metro, levanto el brazo y lanzo a ciegas con la fuerza que me quedaba.

No me importa si le da o no a su objetivo, mientras que a la persona le quede claro que lo último que quiero es cualquier tipo de compañía, se cumplirá el objetivo.

—¡Cuidado! —exclama la voz de Eijiro, haciendo que voltee la cabeza hacia el sin un segundo pensamiento. Como un resorte—. Puede ser una libreta, pero duele.

Me quedo callado mientras observo como tiene una mano en su antebrazo izquierdo. A algo tenía que darle la libreta, supongo.

Sentí el impulso de disculparme, pero cuando hice ademán de hacerlo no pude pronunciar las palabras. Por algún motivo, se me atoraron en la garganta.

—¿Qué haces aquí? —le pregunto en un casi susurró después de un momento de silencio, limpiando mis  lagrimas con el dorso de la mano. Mi voz está ronca, pero logré que saliera sin que se escuchará ahogada.

El me mira sin responder a mi pregunta. Empieza a caminar lenta y calmadamente hacia donde estoy, como si tratara de no asustarme. Se detiene a mi lado.

Violencia en el noviazgoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora